Y mira. Escarba aspectos humanos en las cenizas. Se rasca la barba vieja de juntar piojos. Dice dos palabras tiernas. No es un monstruo. Tiene las manos tan sinceras que esa virtud les dió nombre de mujer. Se rasca un ojo y hace fuerza para vernos, a nosotros, los tontos, atrás de un vidrio. Exquisitamente elije a uno de nosotros. Con un gesto. Imposible describirlo. Un solo gesto que esperamos por siglos, sentados atrás de la caverna.
Rehace los ojos con fuerza y el gesto se hace espera en un rapto de varios siglos. Dos siglos mas tarde, cierra un parpado, tarda el doble de tiempo para cerrar el otro. Se echa una siesta de la duración de cuatro universos, el viejo.
A mi no me eligieron.
Tengo que esperar.
A que me toque.
El turno.
Eterno.
-¿Y cuando te toque?
Lo mismo. Esperar que otro me elija.
Tardé un rato pero me desperté. Con la camisa húmeda, sintiendo el frío de la vida eterna entre los huesos.
-Menos mal que no me tocó ser el viejo- Pensé.
Dos siglos mas tarde cerré un párpado, y tarde el doble para cerrar el otro.
Rehice los ojos con fuerzé y mire los números atrás del silencio.
Treintayochogrados.
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