martes, noviembre 01, 2011

Los peores

En un exceso de furia, Rosa dejó el ramo que llevaba en su mano justo encima de la mesa. Los pétalos reverberaron prístinos contra el vidrio, relamiéndose en un tintineo que duró un segundo o menos. Después el chasquido del papel del envoltorio rellenó el silencio con la leve sensación de que el ramo se había deshojado todo y que retazos de flores se habían desparramado por el piso. Rosa no las vió caer, pero supo que allí estaban, y sin siquiera mirar hacia abajo les pasó por encima con sus zapatitos. Se mantuvo en silencio hasta que llegó a la puerta del baño y la detuvo su imagen en el espejo del botuquín. La encontró una lágrima antes que el llanto. Se vio llorando sola sin sollozo. No lloraba, lagrimeaba mas bien con la cara firme y un rictus de hormigon desarmado.  Necesitó las flores para darse cuenta que tenía que pisarlas, necesecitó su cara para darse cuenta que se desarmaba en llanto. Así intuía que las próximas horas las pasaría acurrucada en la cama de dos plazas con lagrimas de almohada y llantos de sábanas frías. La furia había quedado lejana, se la había sacado a la altura del perchero, como quien cuelga un abrigo. Había sido el peor día de su vida. Y tenía que festejarlo.