Testigo sólido. Antes que nada, sólo una piedra. Después del agua, el pedregullo y el verdín. Un pie te pisa y se resbala en un acto de arrojo. Revierte la maravilla de sostener a otras con su barriga, y se orina la sonrisa entre una marioneta y otra. A lo mejor es cuestión de arrojar la última y no la primera. Hasta que se cansen y se caigan al piso todas juntas, visionarias eternas de mil novescientas repulsas, pricineras ancestrales de los intactos mundos inhabitables. Si ese cuerpo fuera de ellas, las únicas excusas detrás de la mirada serían que cualquier expresión estaría cubierta de verdín.
Sospecho que de estar ahi tanto tiempo alguna sabiduría han de haber tenido. No en vano son elegidas ellas, por preciosas o por toscas, como mensajeras eternas del amor y del odio. Para el primero, las preciosas lustradas y heridas de muerte, artificiales de hermosas puntas son colgadas o llevadas en anillos que tratarán de no caerse. Las toscas, rudas, aristas graníticas serán arrojadas en señal de guerra.
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