sábado, junio 26, 2010

Cronicas de Voz en Off (Parte 3)

-Lo voy a aburrir con mis cosas- le susurró al oído.
El mas chíco de los jóvenes Soler, se reía sólo. La escuchaba y se reía solo. No reía ni de miedo ni de gracias, reía de espanto. Era temprano ese día y ella salía de la Academia como todos los martes. Caminaba por las callecitas verduzcas y hediondas esquivaba los charcos, saludaba a todo el mundo y llegaba a la casa donde su madre, la Matrona, la esperaba, inquieta, esperando mas que no hiciera correrías que a su hija misma.
La mama, si,  la mama, la esperaba en la cocina con la criada. La última de las esclavas que pisó con ese título, la ciudad de Buenos-Ayres.
Ese día Catalina desvió su rumbo unos metros y en lugar de entrár por el enorme y pesado portón, dobló por la esquina y se metíó en la fonda. No le avisó a nadie que iba allí, salvo a aquel que la esperaba sentado en una mesa, que discutía con el mesonero fervientemente.
Se trataba de un hombre apuesto y que llevaba algo parecido a un traje de gala que desentonaba con el lugar.
Se saludaron a la distancia, con un gesto cómplice, sin el sobresalto de esperar mirarse. Ella traía unas partituras nuevas, una cosa rara que estaba estudiando. El, andaba con libracos también novedos, del derecho de las gentes. Tenía el cabello enrulado, él, tirando a largo y una barba descuidada. Tenía el cabello atado, ella, tirando a castaño, y una mejillas rojas de tan blancas.
Se sentaron enfrentados, en el tablón, como desconociendosé. Enderededor era todo un bullicio. La fonda cobraba vida  a esas horas.
-Mañana me voy- Dijo el mirando su libro.
-Pero vuelve- Como siempre vuelve, le retrucó.
-No se, nadie lo sabe-
-Yo lo sé- reflexiona.
Lo bueno de estar acá es que nadie nos busca piensa ella y lo mira, de refilón. Él, que entiende mucho el leguaje de gestos, la sorprende con un no rotundo al mover la cabeza. Catalina se extraña. Frunce el ceño. Le pide una explicación, le suplica encarecidamente alguna explicvación con la mirada porque ese gesto le devora las entrañas.
Soler, calmo. Saca de su bolsillo una pluma y anota unos garabatos en el libro que lee, y se los muestra. Catalina primero se ríe, después se sonroja y por último se asusta.
-Por fin el gallego trae el café- Bromea él. Cortando el susto.
Mientras el mozo se acerca a ellos y deja el brebaje.
Se escucha una campana.
Es tarde para mí, dice ella. Para mi es tarde hace rato, retruca el, con buen tino.
Ella le besa la mejilla en tono de despedida evitando rozar con su boca la barba polvorienta.
¿Perfume francés? Pregunta el.
Me lo trajo un amigo, un regalo.

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