Se despierta y sonríe. Le toca de nuevo visitarla, a ella a la inmortal. Cada día una novedad. Ella que en sus ojos guarda los secretos de la patria. Ni Thompson, ni Azurduy ni Gorriti, nadie despliega los secretos heroicos de la tierra como Ramirez. Dicho así, suelto, el apellido solitario, desconociendo la procedencia, rememora en su mente a un barbudo caudillo de la de Entre-Ríos, Pancho. Con quien el joven periodista no tuvo el gusto pues el caudillo tuvo la displiscencia de morirse medio siglo antes. Se despierta y sonríe. Llueve a cantaros en esa Buenos-Ayres fría y húmeda y polvorienta y llena de barbarie. Pero el ríe igual. ¿Se habrá enamorado de un fantasma? Lo piensa, pero no se lo creé. Se acuerda del sol Sanjuanino. Y se pone a llorar. Santa Rosa, piensa. La puta que lo parió.
Vive por unos días en la casa de un amigo que es el que le consiguió el trabajo en el diario, bajo el mote de cuyano, dia tras día rebusca historias en los vericuetos de esa ciudad que va creciendo. Putea por lo bajo. Porque llueve.
¿Que tenés con la vieja? lo interpela su amigo.
-No te lo puedo explicar. Es como un viaje al pasado. Como una fantasía. Su amigo, sentado en la mesa se sonríe. Le alcanza un mate con azucar, labrado.
-¿Yerba paraguaya?- ¿Donde conseguiste? Un amigo, la trae de Asunción. Ahora que estan las cosas bravas, vos te traés esto.
-Pero es rica, que va a hacer.
Todo tiene un secreto, mi amigo.
-José! me tengo que ir a visitar a la doña. Después la seguimos.
Cuando guste.
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