Hasta el último, me dijo. Te lo tomás hasta el último. Escuchar esa voz en la madrugada ácida de invierno mientras el frió catatónico y la escarcha rauda revanchan contra los pies descalzos y desnudos del niñito de ojos grandes que se había escapado en la transnoche del desafìo, a ver si afuera estaba mas frìo que adentro, y mirá que adentro hacìa frío. Pero hay fríos y fríos, pensó el niño, mientras la bombilla da acero calienta le rozaba los labios azules, y un manantial de elixir dulce y verde se le metìa por los poros del alma.
Gracias, respondió.
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