sábado, mayo 13, 2006

Días sin Flores

Los días son a veces flores, a veces espantos. Las tardes, cansadas de fin de semana de estar en casa tranquilo, se cuelan por los agujeros de toda la ciudad y se desparraman como el agua se desparrama sobre el agua. Los pájaros, tordos, calandrias, zorzales cantan desde lo lejos. No es una imagen detenida. No es un estudio de las formas azarosas, es la realidad, la que llama, la que convoca a la mesa. Después o durante un desayuno, por detrás de una llamada telefónica, mientras miramos la televisión, mientras oímos la radio, mientras tomamos mate. En el jardín, las sillas se sientan sobre si mismas y esperan la comida. Mientras tanto, que los niños juegan con la música de sus palmas y con los remolinos de colores que se acurrucan en el suelo, algunos de los visitantes golpean a la puerta, con el jolgorio vital de los niños pequeños. En otras casas, en otros jardines quizás suceda lo mismo, quizás los encuentre la tarde, el mediodía, el sol o la lluvia en la charla sobre la mesa. No es infinito el acto, sólo se repite un puñado de veces, muchas, incontables, pero lejos de la infinutud. Porque la infinitud haría incomprensible tal ritual, porque tanta memoria apelmazada en lugares comunes haría, sin dudas de esos lugares un atajo hacia millones de habitaciones, como cajas chinas, como muñecas rusas.

Hace un rato me preguntaste si todo estaba bien, si me sentía bien. Dijiste que me veías pálido. Te dije que estaba todo bien, que seguía concentrado en el trabajo, y que vos sabés como me pongo cuando me concentro, no? En realidad, acá, entre nosotros, en esto que a veces parece una carta, o una confesión, no se si vos sabes como me pongo cuando me concentro. Es sutíl la diferencia, pero sólo sabes lo que digo. No lo que me pasa, pero después de tantos años uno empieza a confiar en que dice lo que le pasa, y claro en este caso, estoy concentrado. De eso no hay duda, si vos me acabás de decir que estoy callado, que miro al techo cada cinco minutos, que me río solo, que frunzo el ceño ni bien dejo de reirme. Creo que te convencí, aunque es cierto que eso nunca se sabe. Confío en eso como una forma de tranquilizarme, y al rato acepto el te de tilo que me ofreces.

A regañadientes dos benteveos se pelean por algo que desde acá parece una lombríz, pero que podría ser cualquier cosa. El té estaba caliente, lo dejé en la mesa un rato para que se enfríe y el rato pasó demasiado rápido, y ahora el té está demasiado frío, y no tiene sentido tomarlo. A veces parece que narrar todo en la cabeza, instante a instante, hace pesada toda la cosa. Como si todo fuera más lento.

Bruma-espera. Tres

Es obvio que detrás de esa espesa bruma hay alguien que espera. Paciente o inconsciente, sentada o deslizándose entre las baldosas, espera. No veo la niebla, como tampoco la veo a ella.Sin embargo no me hace falta verla para darme cueta que su pie izquierdo golpetea el piso con pulso preciso y una frecuencia al lo menos alta. Lo que le desespera no es que no vengan por ella, mas bien le molesta saberse imaginada esperando.