viernes, abril 08, 2011

Dantesco el silencio un rato de suspiro sin verba.
La lavia que esconde palabra tras dar con las frases con muecas.
Repite el milagro de ser lo que no
ya se dijo lo dicho y lo muerto.
Y repite y repite el tremendo escondite de gestos que tristes respiran.
Dantesco el sollozo, los hoyos, los bollos.
Repite y repite el último llanto.

miércoles, abril 06, 2011

Las flores muertas

Florece una vez y entonces no ha sido mas que desplegar hojas coloreadas al viento y dispersar el perfume a favor de la corriente.
Florece otra vez y es el ritual de sentirse extrañado de que aquello que sucede ya ha sucedido, los pétalos el aroma y la corriente.
Florece siempre, cada vez que puede y ya no es ritual ni sorpresa ni vigilia de anhelos. Ha nacido para florecer y así habrá muerto. `
Ni su propio perfume huele ya.

Viejas Geometrías

Geometría de un ensueño.  Son rastros de olores a soles. Sol de tuertos faroles.
Son recorridos entre una pestaña y una melodía. Son la osadía de ser lo que duermo.
No es un tríangulo ni ninguna figura hecha de rectas. No es un plano, y punto.
Son desvíos de renconres que maquillan. Los trazos decadentes de dos mundos.
No es el círculo platónico del zénith, ni la áurea proporción de un horizonte.
Es el trazo a pulso firme de un otoño. Es la sombra siena sobre un muslo.
Es aqui y ahora un claro, oscuro y frío el perfil pétreo.
Es la geometría de lo viejo, del anhelo de ser soles en los dedos.
Son carcajadas pintadas a mano. Acuarelas de rizos peinando el tintero.
Es tinta de vinos primeros. Es carbón y tiza, aceite y consuelo.

sábado, abril 02, 2011

Apuntes de un laúd disonante

« Fu portato à noi questo nobilissimo strumento da Pannoni, con il nome di Laut… volendoci con esso dinotare essere degli estremi suoni musicali capace… e tornando alla Timologia del Liuto, dico essere stati altri di parere, ch’egli fusse detto lauto; cioè sontuoso, magnifico, nobile, & splendido »

(Vincenzo Galilei, Dialogo della Musica Antica, et della Moderna, Giorgio Marescotti, Firenze, 1581, pp. 146-147.)




I

La luz trémula esparcía destellos en el horizonte de un cielo recortado por las edificaciones ocres, el bullicio de las vocecillas lejanas destiñendo los gruñidos  de un rio opaco que rebana a cuchillo su geografía y  los olores a vida hedionda que desde la urbanización y las callejuelas dignas de filigranas hunden a la hora de la siesta a Florencia en un sueño pesado de vidas ilustres que ilustran de sueño sus pasiones y de pasiones sus días. Son ellos los que caminan por algunas de sus calles pequeñas, y deambulan entre los barrios y los tallers, y ya no por los palecetes y las casas señoriales de los dueños de la tierra. Ni los principes ni los duques ni los señores de nadie. Los don nadie que a luz de candiles, sueñan entre libros ajados y reescriben lo aún no escrito.
A la costa del Arno a metros del Ponte Vechio dos jóvenes entusiastas  discutían acaloradamente, a los gritos, mientras los mercaderes recorrian incansablemente el puente de un lado al otro. Era el año 1540, Vicenzo era un joven músico que había nacido en un pequeño pueblo a cerca de Pisa y quien lo acompañaba, con un laud en su mano derecha era su compañero Vittorio, un milanés algo mas mayor que Vincenzo. Esa noche los dos músicos cruzaron el puente, imponente tras el gentío que se aglomeraba a sus costados que ni el río se veía y silbando melodías que venían de otro siglo, se encaminaban a hacer lo que les deleitaba; tocar y cantar.

La noche caía sobre el enorme Duommo y  las callejuelas oscurecían tras los pasos de los jóvenes. Vittorio le contaría, entre vinos y madrigales una vieja historia que escuchó antes de irse de Milán. Vicenzo escuchaba atento y su imaginación viajaba mar adentro cruzando a nado la península entera y le llevaba a las costas del Adríatico; divagaba entre las antiguas Polis y terminaba cantando himnos griegos que jamas había escuchado. Las historias de Vittorio lo llevaban a otro tiempo, donde la música otra música.

II



Años mas tarde, por aquellos días en que su hijo se incribiría en la universidad de Padua como estudiante de medicina; Vicenzo pasaría meses hojeando su reciente obra, recién salida de la primera imprenta de florencia, el ejemplar con olores ácidos de la tinta no olía a música nueva, pero hablaba de ella. Corría el año 1582 y Vicenzo ya era un músico famoso en Florencia. A diferencia de otros músicos excelentes de la época, Vicenzo no era un músico práctico; sino mas bién un músico teórico. No solo disfrutaba las bellas melodías de sus amigos cuando se unían en nuevos ensambles sonoros de cuerdas y vientos sino que desfrutaba observando las cuerdas vibrar sobre la madea y sobre los trastes. Las tensiones de los dedos rústicos hilvanando posiciones en el mástil, la vibración de los cuerpos en el pecho cuando al adentrarse en los atrios y en los vestíbulos sacros de las catedrales, los órganos con sus tubos y columnas acicalan el aire con sus graves bajos puros, y en el seno del cuerpo humano, en el pecho mismo se toca la tecla.

Las páginas de su Dialogo  (...) (1avanzan y los años vuelven solos, como si los números de las hojas fueran mas que cifras inscritas en tinta en una fibra prensada.  Las fojas lo retrotraen a otras fojas, así como una pintura del Giotto lo lleva a otro siglo de esa misma ciudad, esas páginas lo trasnladan a las cartas con su amigo girolamo, que durante horas escribía y releía como si de tratados se tratasen, y que atesoraba desde hacía una década en un anaquel de su casa en Florencia. Por aquellos dìas de 1572 sus hijos eran aún pequeños; pero eran ya grandes hombres. Su esposa Giulia, que lo sobreviviría casi treinta años había insistido fervientemente para que la familia se instalara en Florencia. La política sangrienta de una ciudad guerreada y sitiada por el poderío de los que antaño detentaban el odio, estaba mas calmada. Según le habían dicho a Giulia, aquellos atentados callejeros que caracterizaron la capital años atrás, ya no estaban y si bien la paz no existe en ningún sitio de Europa, por esos años Florencia estaba mas calma. A los ojos de Vicenzo esa calma fue relativa. Florencia era un hervidero. Su cabeza lo era, a decir verdad, sus oidos. Nuevas ideas vivían en su espíritu y reinarían por siempre, en aquellos, los días de Girolamo. Esas fojas que Vicenzo relee en 1581 mientras su hijo viaja a Padua, son el resultado de aquellos años en Florencia, de las cartas a Girolamo, de los años junto a Girolamo Mei.

 III

Con el correr de los siglos, las cartas que Vicenzo escribió desaparecieron. Sin embargo, las que Girolamo remitía desde roma,  se fueron conservando intatactas. El gran Girolamo le dedidicó cuatro cartas en total. Todo ese díalogo que duró casi una década es recordado parcialmente por Vicenzo, a quien la lectura de su propio libro lo ayuda avolverse a imaginar que escribión él en dichas cartas. Esas cartas ya no pueden ser leídas.Él no hizo copias, y si las hizo se perdieron en los viajes. Las que si se conservaron fueron las cartas de Mei. Ese diálogo se inició en  1565 cuando en la casa de su amigo Giovanni (el conde Bardi) Vicenzo comienza a tener dudas de algunos temas referidos a la música griega antigua. En discusiones apsionadas con su tutor Zarlino, Vicenzo considera que debe consultar a un especialista en la materia. Por esos días su hijo cumplía los primeros años de vida.  Pero Vicenbzo no conocía a Girolamo, por que habría de esperar que éste le contestara?. Mei se tomó su tiempo, averiguó quien era el remitente, si era una persona de confianza, consultó con amigos en común y pasado unos meses, le contestó. Y la primera mcarta de Girolamo llegó a Florencia.
Aquel mes de junio de 1572 Vicenzo  leía en voz alta los pasajes y las disquisiciones que unos meses antes, Mei le había escrito, sus amigos, atentos escuchaban la voz ronca y emotiva de Vicenzo. La polifonía en la antigua grecia fue tratada durante toda la hora, acabando de inicio a fin las doce páginas en toscano  perfecto que girolamo dedidaba a Vicenzo. Eventualmente sus amigos interrumpían pero el, histriónico, elevaba si monofónica lectura en un solo hilo, se elevaba por ellos y ellos se interrumpían y así la carta fue leída. Vicenzo no sabía que treinta años después esas cartas, como tratados, serían publicadas en pequeños tomos.
El correr de las fojas de su dialogo lo llevan a Vicenzo ahora ya no a una carta, sino a un encuentro personal, esta vez en un viaje que el Laudista Florentino hiciera a por trabajo a la corte de Baviera en Venecia. En ese viaje Vicenzo resolvió viajar a Roma debido a problemas de salud de Girolamo.


IV

La voz de Girolamo en su casa sentado a su silla con una pluma en la mano, era similar a la que se había imaginado Vicenzo. 
Dialogaron un rato. Girolamo tenía casi la misma edad que Vicenzo, pero a él le parecía mas viejo, mas antiguo. Allí se enteró que en la década de 1520, Girolamo era un niño florentino. Vicenzo le comentó que él también había vivido en Florencia pero que se había trasladaado a Pisa, y que uno de sus hijos actualemente era profesor en la universidad de Padua. Girolamo abrió los ojos, se le vinieron al recuerdo años que habían quedado sepultados por las ciudades y las guerras. Él también había pasado por las aulas de Padua y tenía de ella los mejores recuerdos. Uno de los cuales fue su maestro, Piero Vettori. Piero o Petrus (como a el le gustaba que le dijeran) era como Girolamo y como Vicenzo, Florentino. Girolamo relató en voz pausada alguna de las historias que Petrus le había contado décadas atrás. Petrus, un gran filólogo había tenido que viajar a la península Ibérica con su primo Paolo, tiempo después de la coronación del Emperador Carlos V. En dicho viaje Petrus, accedió a colecciones de textos griegos antiguos, que habían llegado  a la península seguramente a traves de los moros. En dicho viaje, Petrus trajo entre otras copias de Electra, de Eurípides y obras desconocidas de Aristóteles. Una tarde nos ofreció a mi y otro muchacho Bartolomeo, que trabajaramos con el en las traducciones, Bartolomeo y yo trabajamos día y noche y esas obras luego se editaron en Latín. Luego yo conocí a los que participaban en la Academia Florentina y aprendí mucho de ellos también, y de Vettori no supe mas.
Es extraño que estas dos personas que en una sala de un palacio de roma, que tienen tanto para discutir acerca de su materia de estudio, hayan compartido una ciudad en su juventud y nunca se hayan cruzado. Sin embargo, Vicenzo tiene la sospecha de que es posible que se hayan conocido al menos de cara en alguna reunión y que no hayan sido presentados. Girolamo proseguía monologando, moviendo su mano que desplegaba ese atuendo rojo en gesticulaciones casi monacales, y Vicenzo escuchaba. En esa epoca, usted lo recordará y no se ahora, en Florencia afloraban las confraternidades, yo estuve en algunas, y quise participar de otras, pero no he podido. Por ejemplo, distintas circunstancias me han alejado de los Alterati, grupo del cual fui miembro pero nunca he acudido a reunión alguna.
-Yo conozco a personas que fueron Alteratis- confiesa Vicenzo. Una en particular se puede decir que es mi mentor.  Girolamo asiente mira a un costado se rasca la nariz, respira y piensa un segundo. Giovanni, dice. Usted conoce a Giovanni Bardi, fue a él a quien le consulté acerca de usted cuando llegaron las primeras noticias de su interés por la música griega. Cuando los Alteratis comenzaron a reunirse, hace una decada yo ya estaba viajando aquí, a Roma. Pero, curioso el destino, - señala con un dedo indice a la cabeza de Vicenzo- sus cartas me han vuelto parte de los Alteratis, aunque no he podido estar presente.
- Tiempo después de que me llegaron sus cartas, y que se las leí a algunos amigos, decidimos ensamblarnos en la Camerata. Tal vez como una forma de poner a prueba algunas de las teorías que usted enseña, en práctica.
Me he enterado de eso - Sonríe complice Mei. Y me da mucho gusto que asi sea. La importancia de poder experimentar en las composiciones con libertad y con reglas, probando los modos y los tonos, armando las tensiones... -Girolamo se apagaba.
Si me disculpa Vicenzo, podemos encontrarnos mañana, estoy con dolores nuevamente y debo guardar reposo.
Los dos dos hombres, desconocidos conocedores, se despidieron y Vicenzo comenzó a caminar por el palacio y de allí a la calle. Ya que estaba en Roma no podía perder oportunidad para visitar las esculturas de su compatriota Buonarotti.


V


Una copa de cristal resuena y rebotan sus sones en la amplia habitación de piedra, al unísono, la otra copa estalla con la misma fuerza sonora  y los vinos se derraman de la una a la otra. El sonido agudo que despiden resalta por encima del jolgorio y de la música que resuena en el Pallazzo. La nota justa como campanada que destella y vibra.