Una disimulada sílaba obtusa resonó desde los pastizales. Tras ella, dos pasos ligeros. Tras ellos, una jauría de sentidos vinieron llegando. En el reverso de la cópula, el abrazo rozagante de dos verdes pedazos de tierra que afloraban cual verdín a pilas.
A su llamado acudieron otros, saltantes copuladores del ocaso a buscar su hembra y amarla un rato, amarla por detrás, como aferrándose a su espalda. Reviente del anverso, desconocido el beso, imposible boca a boca.
Se aferra ese pulgar de guante entre las ancas. Rezonga en tres corcheas de tambores de los sexos. Ambiguo ritual risueño, el instintivo amplexo.
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