Hay una música para una noche callada. Un solsilencio un vasorima. Hay un ritmo para queda entonces, un asomo para cada espera, un ostinato avaro para cada resplandor. Tambien hay noches en las que no hay musica que se banque tanto silencio. Aquella música se sienta al piano con cara de perder mil trenes y retuerce teclas de marfil madera y estaño como si fueran plastilinas en sus desdos, y las notas de un color sincero se le van despedazando una a una mientras deja de escuchar lo toca y mientras ejecuta escucha lo que quiera tocar y lo imagina y entonces esa es la música que escucha la música. Ella sentada al piano, en una habitación del barrio de Boedo, teclea sola en la inmediatez del día que va a venir y que la espera senatada en silencio. La música que escucha la música es la que se imagina cuando se lo imagina a él, a ese él que la espera de dia en silencio, diciendole con los ojos que todo se ha terminado.
Ay, una música para una noche callada, es un simbronazo sin ruido para despertarse a tientas de la pesadillahorrible de la noche eterna.
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