Cubría su rostro con el desgano enorme de la luz que penetraba sus pupílas. Pálido, casi reseco por un rato; sintiendo la mixtura de ruidos, gritos y chirridos que venían de afuera abrió sus ojos al viento polvoriento cuando el tren se detuvo en su destino. Aún acurrucado entre sus ropas de días enteros sin ser cambiadas, con la cabeza pesada reposada grávida sobre los hombros, babebeando de entre-sueños con los dientes apretados, X se dió cuenta que debía bajar de ese tren. El grito del guarda nombró su lugar de destino. Indefinido hace horas, definitivo ahora.
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