sábado, marzo 03, 2012

El imaginador de Claudia


Levantó su cabeza, y creyó (sólo creyó por un instante) que alguien la imaginaba. Que alguna persona, tal vez de su propia ciudad, estaba pensando lo que ella haría. Prefirió por un segundo imaginarlo de sexo masculino. Viejo, barbudo, de tez pálida, con lentes. Lo imaginó triste. Mi imaginador me llena el tiempo con bobadas, se dijo a si misma Claudia. La voz de Esteban, del otro lado de la pared la detuvo de seguir hablando sola. El café ya estaba listo. En breve iría a servir a la mesa, sonreiría con ojos burlones y tal y como su imaginador lo imaginaba, se sentaría y quedaría callado durante unos segundos esperando que alguien le preguntara algo a Claudia.



Al día siguiente Claudia le preguntó a Esteban como había estado todo en el trabajo ese día y Esteban le contó detalladamente que su compañera Marta, había faltado otra vez a causa de su embarazo. En breve dejaría de asistir y muchas de todo el laburo recaería sobre Esteban. Claudia permaneció en silencio, acomodaba unos libros que había estado usando en la repisa, y su atención se dividia entre los lomos de los tomos que acomodaba y la conversación con Esteban. Puso cara de preocupada, pero ni ella se misma se creyó que lo estuviera.

Escuchó minuciosamente todo lo que Esteban le dijo pero no tuvo nada para decir más que medio monosílabo cada ojos. El bajó la vista y le aclaró (interpretando tal vez que no Claudia no habia entendido su problema) que iba a estar mas ocupado los próximos meses.



Claudia pensó hacia adentro (no lo dijo) que Esteban era muy afortunado ya que estaría ocupado mucho tiempo, de esa manera no malgastaría el tiempo pensando que hacer con ella. Haría lo que tenía que hacer, como una rutina, sin tener que imaginar demasiadoo. Pensó en decirlo mientras acomodaba un libro de Melville, pero cuando sus ojos se desplazaron desde las letras MOBY hasta el rostro de Esteban, casi casi como una sola cosa, se dio cuenta que no era una buena idea. Esteban quería ese trabajo, pero estaba cansado ya.



- Quizás contraten a otra persona ¿No te parece? – No. Nada de eso. No contrararían a nadie más y Esteban haría el trabajo de Marta en las horas extras. O en algún fin de semana. Claudia lo sabía y si bien eso no la alegraba, mentía un poco al mostrar su preocupación.





Mi imaginador me imagina ahora desnuda. Tirada, en una cama, pensando que decirle a Esteban. Me imagina y estoy segura de eso y nadie me lo saca de la cabeza y medito en un instante si sería creíble contarle toda esta historia a el, que es el tipo, hoy por hoy en el que más. ¿Cómo se lo contarías? ¿Hay uno que me dice que hacer? ¿Hay un tipo que sabe lo que yo hago? ¿Hay uno que de barba y lentes que escribe sobre mi y sobre vos? Y lo que es peor, que lo que el escribe es lo nos que pasa. No Claudia, me digo y pienso, él (tu imaginador) no lo sabe, no entendés sólo lo imagina. Claro, me había pasado por alto que imaginar y saber no es lo mismo. Él (tu imaginador) no está seguro, no es un erudito, tu vida no le llega como una verdad revelada. La imagina de la misma forma que en un sueño, solo que lo hace despierto, pero se sienta y escribe, o quizas, la imagina sólo cuando escribe. Una, viste, no sabe de los sueños de otras personas; aunque te los cuenten, viste, no los sabés, los de los otros los imaginás. Tu imaginador sólo sabe los suyos, y a veces los olvida, pero tu vida, Claudia, tu vida la imagina. Claudia pensaba en silencio. Tenía miedo de empezar todo ese diálogo en su cabeza en voz alta.



Decidió no contar nada. No contarle nada, ni a Esteban ni a nadie. Por un tiempo se olvidaría de su imaginador, o al menos dejaría de nombrarlo y de imaginarselo como alguien vivo. En cambio, decidió retratarlo. En sus cuadros, hombres de barba y lentes, pálidos y viejos emergieron de repente: sólo lo retrataría. Haría de cuenta que Claudia imagina a alguien y escribiría sobre el para sentirse menos demente. Se convenció en un instante. Un llamado de Esteban la amedrentó. Sonó el teléfono y el atendió dudando que diría, cambió el tono de voz, lo saludó alegremente. Hablaron un rato y cuando Esteban le preguntó que hacía, ella dudó. No estaba haciendo nada malo, simplemente le costaba decirle qué era lo que estaba pasando con su imaginación.

2 comentarios:

Eva dijo...

Se me perdió el puente que habías escrito, me cambiás el formato, yo me pierdo, no encuentro el puente. Digo, bien podrías echarme a los escobazos, pero me quejo con la autoridad que me dan los años de leernos, qué no? Bueno, no me quejo, pero quiero encontrar el puente.

Luc Arrabal dijo...

Hola Eva, ahí volvió el puente.