jueves, marzo 31, 2005

Sones de América, Morena


-¡ Simón , que allá viene el guardia,
con su palo y su revolver,
y con el odio en la cara
porque ya te oyó cantar
y te va a dar por la espalda,
cantador de sones viejos
marido de tu guitarra...!
(Simón se queda callado)

Balada de Simon Caraballo, Nicolas Guillén

Primero un dedo. Un cielo raso con musiquita de cuna, un jazz escupido entre el candombre de esta vida y una esquina que se niega a envejecer. Luego otro dedo, una caricia al borde de la culpa, una democracia de querer el vicio de necesitarla otra vez cuando la tela enorme que me cubre los rostros se hace chiquitita y no sé con que más taparme. Ni con que taparte, basta. Cuando era verano el sol nos comia los pies caminando por las playitas hermosas del sur, cuando era invierno el sol nos comia los sueños de ese verano que vendría. Cuando llegó ese último verano nunca hubo playita ni tela, ni tercer dedo para tocarte la historia como un zarpazo de guitarra muerta. Ni cuarta estrofa para decirte que los errores son grandes pero mas grandes los desamores o los destierros. Ni quinta, ni afán, ni descanso entre escalones al bajarla desnuda o al mirarla de pie parado en frente a mi, sin ropas. Ni vacación del espíritu para darse cuenta que tu musiquita viene de muy lejos. Ni minga de mis recreos eternos. Minga de sombras solitas.Minga de voz.
Después, la página abierta en la mitad del capítulo. Jorge se ríe, mientras la mina que tiene al lado parece escaparse por una puertecita pequeñita a la búsqueda de una pava, o de cambiar el disco, o de esperar que Jorgito culmine su molesto capítulo que lee hace rato, madrugada.
-“Sabés que nunca me interesó tu pasado, ni tu Cuba, ni tus canciones”, escuchó ella desde la cocina, mientras cerraba la ventanita de arriba de la bacha, agarraba una taza rojita de terracota con una igriega en la base, unos yuyos de un paquete amarillito o más bien pardo de arriba de la mesita de madera al lado de la cocinita.
-“No te escucho, Jor.¿Qué dijiste?”-gritó ella, casi sorda.
Jorge se levantó como quien ha visto una espera del otro lado de la ventana, la camisa beige se le cruzaba entre un par de lápices que se cayeron al levantarse.
-“Que pasa conmigo?”- continuó ella, desde la cocina.
-“Nada. No pasa nada. Nada más te extrañé.”-

Nunca saber. Un dedo primero. Una llamada. Jorge nunca dice lo que dice. Espera, se sienta. Hace calor. No se anima a entrar a la cocina. Huele a yuyos. ¿Que quema ésta?. Che, no tenés un ventilador. Nunca entender. Porque uno no se escapa de Buenos Aires tan facil. Nunca, nunca.
- Viste que viene el tío mañana-
-No te creo, nunca viene.
- Creeme, esta vez te juro que viene. Me lo dijo él mismo- Asegura Jorge, paradito en frente de la cocina, sin animarse a entrar.Se queda Parado enfrente de la biblioteca que tiene fotitos pegadas, al lado de la pared.
La trae, la lleva, la sueña mientras juguetea con libritos del tamaño de adornos adentro de espejos, del tamaño de figuritas, de ventanitas en un cuadrito de Munch.¿Quien vivirá ahi adentro?. La trae, la agarra con una décima de Alfredo, cambia el disco, vuelve con su camisa desabrochada, le arma una historia de la libertad que no se entiende sino en un par de segundos.
Jorge mira, se sienta, vuelve a su página. Relee y se lee. Y se ríe.
-¿Vás a ir a verlo, si viene?-
-No creo, no tengo ganas. El tío no es lo que era antes, ya no tiene el mismo sentido. Cuando la gente se queda acá, no tiene sentido tenerlas, sabés. Lo que a mi me acerca es la distancia. No me dan ganas de ir a verlo.-
No creo que puedas saber cuanto tiempo pasó desde aquel llamado, ayer desde Montevideo. Discar, hablar, decir, volver a discar, equivocado, una nada del otro lado, pitidos en la, quejidos en mi, frituras del sol. No creo que pueda saber que nunca supe con quien hablaba cuando Jorge perdía miradas alrededor de las ventanitas de la casa de América. No sé con quien se habla cunado no se recuerda el rostro que nos nos nombra, uno escucha, dialoga se pierde, se convence de que lo escuchan, cuenta, propone, deja frases, agarra frases, pero no sabe nunca quién escucha.Esa distancia hace que uno no sepa con quien habla, esa distancia esla que me acerca, sábes?
-Yo no nací ayer, Jor, sé que te tira la Dieciocho de Julio. Sé que la Cuba no te empuja tanto como tu paisito, me querés decir por que te quedaste en baires, hasta poder volverte para Montevideo.Acá no tenés a nadie mas que a mí-
Jorge se rie, sabe que América siempre le tira la justa, se le tiñen los ojos de tablado, de tambores, una vena parda se le hace parche y cuero entre los puños y manotea con la palma abierta un pedazo de pan de la mesita de al lado de la cama, mira triste a ningún lado, vuelve a mirar al espejo que ahora está vacío, le pega a la mesa que casi la quiebra con la palma pà-pa-paum-pa pá. Que casi la quiebra con la mano, abierta.
América aparece morena en el espejo de vuelta sorbiendo un te de yuyitos de algún lado, y lo mira fijo a Jorge que se quedó releyendo desde hace dos décadas la misma página de su librito.
Creo que no se ríe, América abre la puerta del patio que amanece mientras lo riega, se pone un pulover, guarda el quinto dedo entre un abrigo frio y manso que duerme en el piso como duerme ella, le recita para adentro un tonada de Matanzas, una vidala de Apóstoles, un Triste olvidado de Tacuarembó. América cierra la puera haciendo un ruido bárbaro, le besa la frente en un rapto de miedo. Le cierra el libro en su cara, y se mofa de que su buenos aires ya no existe, mientras jorge palmetea en clave su almita arropada entre el espejo y una ventana, y una cocina, que como su América, nunca será suya.

Luciano LCGalizia, Buenos Aires 2002

No hay comentarios.: