"No, no me había parecido.
En alguna parte muy próxima
resonaron tres golpes recios,
violentos.
Tres golpes indudables"
Hector G. Oesterheld, El Eternauta
Casi siempre sueño lo mismo, o casi. Un escenario, luces bajas, el cuchicheo de la gente sentada en sus mesas, el ruido de las copas. Las luces tenues apuntan a las sombras de los instrumentos que quedaron en el escenario. Una mujer, de cabellos oscuros, de lentes translúcidos, sentada en una de esas mesas redondas de la punta, iluminada por el foco que también ilumina el centro del escenario, se ríe sola mientras bebe una copa. Por detrás un caballero de traje le acaricia el hombro y le susurra algo al oido. Ella se rie, no la oigo, pero su cabeza dispara hacia adelante en una risa complice y escupe un poco de lo que segundos antes había tomado.En realidad, no lo escupe, lo arrroja desde la garganta hasta la lengua y se llena el buche e infla los blancos cachetes esperando que la boca cerrada disimule que se ha tentado. El hombre que la acompaña se rie con ella mientras le besa el cuello, y esconde su cabeza en el cuello de su blusa como un vampiro, y la abraza mas fuerte, con las dos manos. Aquel brazo fue solo hacia las ondas azabaches y a esos surcos tan vivos y cae, de repente (Shh) y se apagan las luces y empieza la música.
Después, me despierto, temblando. Con algo de frío. Como si no hubiera dormido bien. Y lo único que recuerdo es el escenario vacío. Sorbo un vaso hasta la mitad, todo de un trago de agua que me lubrica la garganta reseca. Recién despues me acuerdo de la mujer de ese sueño, y su quietud para no escupir el líquido, y su recato para hacerse la zorra, y su rodete negro y sus anteojos ridículos. Miro al costado, una ventana que muestra una O de neón, purpura, y de fondo una ciudad dormida, desconocida.
Repaso en mi cabeza la melodía, o el fantasma de la melodía de una canción mientras me doy cuenta que se me parte la cabeza. Una frazada me cubre el cuerpo. Debo tener fiebre. El fantasma de la melodía lo recuerdo tal cual. Nota a nota, intacta la cadencia, asombrosa la rítmica, la precisa. Salto, o mas bien mi cabeza salta, la melodía salta a un disco, ese elepe azabache y lustroso con microsurcos, que llegó a mis manos casi por casualidad. Lo veo en mis manos, incógnita de los codigos que esconden los surcos, asombro de los poderes oculltos de las púas. Para mi que viene de otro mundo, pensé (no se si ahora o en ese momento). Ni bien me animé a desembalar el vinilo, lo miré con entusiasmo, abri la tapa del tocadiscos, le limpié el polvo, Auto: bajar el brazo, como quien deja caer cualquier sorpresa o como quien baja la guardia como para atacar. Aquel brazo fue solo hacia las ondas azabaches y tan vivas y cae.( Shh). Tres golpes rompieron el silencio. Negra, negra, negra, silencio de otra negra, en el tambor. Y se apagan las luces, y empieza la musica.
A Leonorè (asi le decían cariñosamente) poco le importaba si el músico era o no virtuoso, si demostraba escalar entre las escalas diatónicas u octavaba sin cesár hasta enmudecer el caño. A ella le importaba sólo el abrazo en esa noche, dejar caer sus dedos en la mesa, o en el brazo o en la silla. El juego rítmico de vacilar las falanges lúdicas en el antebrazo de Johnatan, quien a su vez cada compás que pasa, le estampa un manotón cariñoso, una palma ya sudada y arrugada que cachetea la blusa blue (como ella le dice nostálgicamente). Cada golpe, una nota, en su cabeza. El divertimento es mutuo, porque aunque Johnatan espera tres silencios de negra de la palma de su mano para que su hermosa negra vueva a chocarse contra su brazo, ella espera casi una blanca nota para pensar que quizás en ese momento debería abrazarlo un poco mas fuerte y dejarse seducir sin mas remedio que saber que aquella melodía la lleva sin darse cuenta y en un abrir y cerrar de tapas de piano, a aquella noche en el JazzBar del centro.
Fumaba un cigarrillo con el pelo atado con un rodete mientras un cafe la esperaba caliente y vaporoso al otro lado de sus labios. Un café que habría pedido casi cinco minutos antes cuando se entero que Francis estaría esa noche en el bar y prefirio tomar el riesgo de verlo y que sin embargo todavia no se animaba a tomar. No puedo dejar de olvidarme las veces que este guacho me dejó plantada, piensa ella, mientras se anima a tomar un sorbo. Todavía esta caliente, piensa. Seguro, seguro que está caliente.
-¿Y que hacemos acá che, si vos no te lo bancas?
¿Sabes que pasa Magda? A veces nocesito sentir que me arriesgo por algo, que se yo.
Claro porque a veces en esa cosa inutil de sentir que se hace algo por el propio asombro a Magda tambien le parece que la música la lleva a algun lugar del pasado, que incognita mediante, nunca recuerda si pasó o no. Claro que a mi, viste no me pasa tan seguido como a vos, porque siempre tengo una o dos melodías, o fantasmas o narraciones oscuras que saltan de susco en surco, ni bien golpean a esa puerta, en ese hotel donde ahora duermo unas noches hasta que el cuarteto de Francis se vaya a otra ciudad, a otro mundo, acá donde duermo, donde me despierto, en esta habitacion mientras trago el último sorbo, miro la ventana, el viento recorre mi cara, la O se apaga, la ciudad de fondo se despierta lenta, desconocida, surco a surco, salto a salto. No, no me había parecido, en alguna parte sonaron tres golpes. En la puerta.Me busca el brazo, levanto la cabeza de la almohada, las crines azabaches pegadas a la sábana polvorienta. Levanto la cabeza con la complicidad de la risa, dormida, el brazo me alcanza, uña por pua, se enrieda en mis surcos negros, el brazo baja hasta la bluesa, me río complice, empujo la cabeza hasta adelante, tres golpes sobre el cuero. Aquel brazo fue solo hacia las ondas azabaches y tan vivas y cae. (Shh). Tres golpes rompieron el silencio. Negra, negra, negra, silencio de otras negras, en el cuero. Y se apagan las luces, y empieza la música. Jazz mi blues,viejo. Casi siempre escucho lo mismo. O casi.
Luciano Galizia 2005
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