martes, noviembre 01, 2011

Los peores

En un exceso de furia, Rosa dejó el ramo que llevaba en su mano justo encima de la mesa. Los pétalos reverberaron prístinos contra el vidrio, relamiéndose en un tintineo que duró un segundo o menos. Después el chasquido del papel del envoltorio rellenó el silencio con la leve sensación de que el ramo se había deshojado todo y que retazos de flores se habían desparramado por el piso. Rosa no las vió caer, pero supo que allí estaban, y sin siquiera mirar hacia abajo les pasó por encima con sus zapatitos. Se mantuvo en silencio hasta que llegó a la puerta del baño y la detuvo su imagen en el espejo del botuquín. La encontró una lágrima antes que el llanto. Se vio llorando sola sin sollozo. No lloraba, lagrimeaba mas bien con la cara firme y un rictus de hormigon desarmado.  Necesitó las flores para darse cuenta que tenía que pisarlas, necesecitó su cara para darse cuenta que se desarmaba en llanto. Así intuía que las próximas horas las pasaría acurrucada en la cama de dos plazas con lagrimas de almohada y llantos de sábanas frías. La furia había quedado lejana, se la había sacado a la altura del perchero, como quien cuelga un abrigo. Había sido el peor día de su vida. Y tenía que festejarlo.

martes, octubre 11, 2011

Antesala de un vicio que huele a nadie,
la costa de la brisa embravecida los desparrama como polen.
Se dice que esperar es una de las tantas formas
de llegar a ver la madrugada antes de que la noche se duerma.

Hoy parece mas que nunca que la noche no llega
y que esperar se vuelve un nombre propio.




lunes, octubre 03, 2011

Naranjo sin flor

A unos pasos de su cara, descansa un arbol de naranjos; allá donde un pequeño arroyo baja y vibra, recortando al paisaje en dos mitades, está su rancho de hace años; que fue suyo y de su padre y del padre de su padre.  Desde lejos, una verde mata de arboles enormes definen un monte, allí como aquí, la tierra retiene un cacho a la sombra, y la hace suya, alli como aquí, se huele el compas del viento, que se mete bajo el frondoso recorrido del monte. Allí como aquí, hay otros ranchos. Allí como aquí hubo padres de sus padres que a la sombra de soles miraron al horizonte.

sábado, mayo 28, 2011

El cielo claro de horas de la tarde remolonéa sobre su pelo gris. Lleva puestas sobre sus narices unas gafas oscuras de marcos anchos. Los haces de luz rebotan por el aire y pegan giros inesperados hacia sus ojos escondidos tras el vidrio. Los días buenos tras los rayos opacos en el vidrio guardan el recuerdo de las sombras sobre el recuerdo.

lunes, mayo 02, 2011

Marionetas I

Hacia los costados de vuelta una marioneta helada y rancia desboca su mueca y se desparrama entre los objetos que la arropan en un baúl sediento de silencios. El rincón que le guarda respeto, le dá reparo a la luz de candiles eléctricos que cuelgan del techo, se regodean entre alambres y al finn van a dar luz a la cara nefasta de aquel muñeco que tiñe de recuerdos muertos mi infancia de niño convencido de soledades y repleto de altilllos. Son los veranos o los otoños las mismas imágenes que tengo entre las sienes, estaciones de soles por las tardes y de aliento a palmeras en los parques fuera de esta casa, ésta casa la que ahora veo irse sin que haya sido mía.
A través de los años fueron otros los que jugaron a jugar que eran otros, niños extraños y sin voz; y eran otras las marionetas que degustaban su teatro de vida envueltas en trapos y estolas de gargantas roncas. Allá abajo, por las noches, cuando los dueños de casa recibían visita no tenía yo mas remedio que ubicarme en la platea mas alta del teatro de mi vida para observarme una vez a mi mismo, a un espejo demacrado, poseyendo entre las manos los hilos de la marioneta que moría cada vez que la dejaba y moría también al ser tomada.
Moría de todas maneras, ella, aunque fueran otras  expresiones que hilvanaban su rostro de telas y botones.

viernes, abril 08, 2011

Dantesco el silencio un rato de suspiro sin verba.
La lavia que esconde palabra tras dar con las frases con muecas.
Repite el milagro de ser lo que no
ya se dijo lo dicho y lo muerto.
Y repite y repite el tremendo escondite de gestos que tristes respiran.
Dantesco el sollozo, los hoyos, los bollos.
Repite y repite el último llanto.

miércoles, abril 06, 2011

Las flores muertas

Florece una vez y entonces no ha sido mas que desplegar hojas coloreadas al viento y dispersar el perfume a favor de la corriente.
Florece otra vez y es el ritual de sentirse extrañado de que aquello que sucede ya ha sucedido, los pétalos el aroma y la corriente.
Florece siempre, cada vez que puede y ya no es ritual ni sorpresa ni vigilia de anhelos. Ha nacido para florecer y así habrá muerto. `
Ni su propio perfume huele ya.

Viejas Geometrías

Geometría de un ensueño.  Son rastros de olores a soles. Sol de tuertos faroles.
Son recorridos entre una pestaña y una melodía. Son la osadía de ser lo que duermo.
No es un tríangulo ni ninguna figura hecha de rectas. No es un plano, y punto.
Son desvíos de renconres que maquillan. Los trazos decadentes de dos mundos.
No es el círculo platónico del zénith, ni la áurea proporción de un horizonte.
Es el trazo a pulso firme de un otoño. Es la sombra siena sobre un muslo.
Es aqui y ahora un claro, oscuro y frío el perfil pétreo.
Es la geometría de lo viejo, del anhelo de ser soles en los dedos.
Son carcajadas pintadas a mano. Acuarelas de rizos peinando el tintero.
Es tinta de vinos primeros. Es carbón y tiza, aceite y consuelo.

sábado, abril 02, 2011

Apuntes de un laúd disonante

« Fu portato à noi questo nobilissimo strumento da Pannoni, con il nome di Laut… volendoci con esso dinotare essere degli estremi suoni musicali capace… e tornando alla Timologia del Liuto, dico essere stati altri di parere, ch’egli fusse detto lauto; cioè sontuoso, magnifico, nobile, & splendido »

(Vincenzo Galilei, Dialogo della Musica Antica, et della Moderna, Giorgio Marescotti, Firenze, 1581, pp. 146-147.)




I

La luz trémula esparcía destellos en el horizonte de un cielo recortado por las edificaciones ocres, el bullicio de las vocecillas lejanas destiñendo los gruñidos  de un rio opaco que rebana a cuchillo su geografía y  los olores a vida hedionda que desde la urbanización y las callejuelas dignas de filigranas hunden a la hora de la siesta a Florencia en un sueño pesado de vidas ilustres que ilustran de sueño sus pasiones y de pasiones sus días. Son ellos los que caminan por algunas de sus calles pequeñas, y deambulan entre los barrios y los tallers, y ya no por los palecetes y las casas señoriales de los dueños de la tierra. Ni los principes ni los duques ni los señores de nadie. Los don nadie que a luz de candiles, sueñan entre libros ajados y reescriben lo aún no escrito.
A la costa del Arno a metros del Ponte Vechio dos jóvenes entusiastas  discutían acaloradamente, a los gritos, mientras los mercaderes recorrian incansablemente el puente de un lado al otro. Era el año 1540, Vicenzo era un joven músico que había nacido en un pequeño pueblo a cerca de Pisa y quien lo acompañaba, con un laud en su mano derecha era su compañero Vittorio, un milanés algo mas mayor que Vincenzo. Esa noche los dos músicos cruzaron el puente, imponente tras el gentío que se aglomeraba a sus costados que ni el río se veía y silbando melodías que venían de otro siglo, se encaminaban a hacer lo que les deleitaba; tocar y cantar.

La noche caía sobre el enorme Duommo y  las callejuelas oscurecían tras los pasos de los jóvenes. Vittorio le contaría, entre vinos y madrigales una vieja historia que escuchó antes de irse de Milán. Vicenzo escuchaba atento y su imaginación viajaba mar adentro cruzando a nado la península entera y le llevaba a las costas del Adríatico; divagaba entre las antiguas Polis y terminaba cantando himnos griegos que jamas había escuchado. Las historias de Vittorio lo llevaban a otro tiempo, donde la música otra música.

II



Años mas tarde, por aquellos días en que su hijo se incribiría en la universidad de Padua como estudiante de medicina; Vicenzo pasaría meses hojeando su reciente obra, recién salida de la primera imprenta de florencia, el ejemplar con olores ácidos de la tinta no olía a música nueva, pero hablaba de ella. Corría el año 1582 y Vicenzo ya era un músico famoso en Florencia. A diferencia de otros músicos excelentes de la época, Vicenzo no era un músico práctico; sino mas bién un músico teórico. No solo disfrutaba las bellas melodías de sus amigos cuando se unían en nuevos ensambles sonoros de cuerdas y vientos sino que desfrutaba observando las cuerdas vibrar sobre la madea y sobre los trastes. Las tensiones de los dedos rústicos hilvanando posiciones en el mástil, la vibración de los cuerpos en el pecho cuando al adentrarse en los atrios y en los vestíbulos sacros de las catedrales, los órganos con sus tubos y columnas acicalan el aire con sus graves bajos puros, y en el seno del cuerpo humano, en el pecho mismo se toca la tecla.

Las páginas de su Dialogo  (...) (1avanzan y los años vuelven solos, como si los números de las hojas fueran mas que cifras inscritas en tinta en una fibra prensada.  Las fojas lo retrotraen a otras fojas, así como una pintura del Giotto lo lleva a otro siglo de esa misma ciudad, esas páginas lo trasnladan a las cartas con su amigo girolamo, que durante horas escribía y releía como si de tratados se tratasen, y que atesoraba desde hacía una década en un anaquel de su casa en Florencia. Por aquellos dìas de 1572 sus hijos eran aún pequeños; pero eran ya grandes hombres. Su esposa Giulia, que lo sobreviviría casi treinta años había insistido fervientemente para que la familia se instalara en Florencia. La política sangrienta de una ciudad guerreada y sitiada por el poderío de los que antaño detentaban el odio, estaba mas calmada. Según le habían dicho a Giulia, aquellos atentados callejeros que caracterizaron la capital años atrás, ya no estaban y si bien la paz no existe en ningún sitio de Europa, por esos años Florencia estaba mas calma. A los ojos de Vicenzo esa calma fue relativa. Florencia era un hervidero. Su cabeza lo era, a decir verdad, sus oidos. Nuevas ideas vivían en su espíritu y reinarían por siempre, en aquellos, los días de Girolamo. Esas fojas que Vicenzo relee en 1581 mientras su hijo viaja a Padua, son el resultado de aquellos años en Florencia, de las cartas a Girolamo, de los años junto a Girolamo Mei.

 III

Con el correr de los siglos, las cartas que Vicenzo escribió desaparecieron. Sin embargo, las que Girolamo remitía desde roma,  se fueron conservando intatactas. El gran Girolamo le dedidicó cuatro cartas en total. Todo ese díalogo que duró casi una década es recordado parcialmente por Vicenzo, a quien la lectura de su propio libro lo ayuda avolverse a imaginar que escribión él en dichas cartas. Esas cartas ya no pueden ser leídas.Él no hizo copias, y si las hizo se perdieron en los viajes. Las que si se conservaron fueron las cartas de Mei. Ese diálogo se inició en  1565 cuando en la casa de su amigo Giovanni (el conde Bardi) Vicenzo comienza a tener dudas de algunos temas referidos a la música griega antigua. En discusiones apsionadas con su tutor Zarlino, Vicenzo considera que debe consultar a un especialista en la materia. Por esos días su hijo cumplía los primeros años de vida.  Pero Vicenbzo no conocía a Girolamo, por que habría de esperar que éste le contestara?. Mei se tomó su tiempo, averiguó quien era el remitente, si era una persona de confianza, consultó con amigos en común y pasado unos meses, le contestó. Y la primera mcarta de Girolamo llegó a Florencia.
Aquel mes de junio de 1572 Vicenzo  leía en voz alta los pasajes y las disquisiciones que unos meses antes, Mei le había escrito, sus amigos, atentos escuchaban la voz ronca y emotiva de Vicenzo. La polifonía en la antigua grecia fue tratada durante toda la hora, acabando de inicio a fin las doce páginas en toscano  perfecto que girolamo dedidaba a Vicenzo. Eventualmente sus amigos interrumpían pero el, histriónico, elevaba si monofónica lectura en un solo hilo, se elevaba por ellos y ellos se interrumpían y así la carta fue leída. Vicenzo no sabía que treinta años después esas cartas, como tratados, serían publicadas en pequeños tomos.
El correr de las fojas de su dialogo lo llevan a Vicenzo ahora ya no a una carta, sino a un encuentro personal, esta vez en un viaje que el Laudista Florentino hiciera a por trabajo a la corte de Baviera en Venecia. En ese viaje Vicenzo resolvió viajar a Roma debido a problemas de salud de Girolamo.


IV

La voz de Girolamo en su casa sentado a su silla con una pluma en la mano, era similar a la que se había imaginado Vicenzo. 
Dialogaron un rato. Girolamo tenía casi la misma edad que Vicenzo, pero a él le parecía mas viejo, mas antiguo. Allí se enteró que en la década de 1520, Girolamo era un niño florentino. Vicenzo le comentó que él también había vivido en Florencia pero que se había trasladaado a Pisa, y que uno de sus hijos actualemente era profesor en la universidad de Padua. Girolamo abrió los ojos, se le vinieron al recuerdo años que habían quedado sepultados por las ciudades y las guerras. Él también había pasado por las aulas de Padua y tenía de ella los mejores recuerdos. Uno de los cuales fue su maestro, Piero Vettori. Piero o Petrus (como a el le gustaba que le dijeran) era como Girolamo y como Vicenzo, Florentino. Girolamo relató en voz pausada alguna de las historias que Petrus le había contado décadas atrás. Petrus, un gran filólogo había tenido que viajar a la península Ibérica con su primo Paolo, tiempo después de la coronación del Emperador Carlos V. En dicho viaje Petrus, accedió a colecciones de textos griegos antiguos, que habían llegado  a la península seguramente a traves de los moros. En dicho viaje, Petrus trajo entre otras copias de Electra, de Eurípides y obras desconocidas de Aristóteles. Una tarde nos ofreció a mi y otro muchacho Bartolomeo, que trabajaramos con el en las traducciones, Bartolomeo y yo trabajamos día y noche y esas obras luego se editaron en Latín. Luego yo conocí a los que participaban en la Academia Florentina y aprendí mucho de ellos también, y de Vettori no supe mas.
Es extraño que estas dos personas que en una sala de un palacio de roma, que tienen tanto para discutir acerca de su materia de estudio, hayan compartido una ciudad en su juventud y nunca se hayan cruzado. Sin embargo, Vicenzo tiene la sospecha de que es posible que se hayan conocido al menos de cara en alguna reunión y que no hayan sido presentados. Girolamo proseguía monologando, moviendo su mano que desplegaba ese atuendo rojo en gesticulaciones casi monacales, y Vicenzo escuchaba. En esa epoca, usted lo recordará y no se ahora, en Florencia afloraban las confraternidades, yo estuve en algunas, y quise participar de otras, pero no he podido. Por ejemplo, distintas circunstancias me han alejado de los Alterati, grupo del cual fui miembro pero nunca he acudido a reunión alguna.
-Yo conozco a personas que fueron Alteratis- confiesa Vicenzo. Una en particular se puede decir que es mi mentor.  Girolamo asiente mira a un costado se rasca la nariz, respira y piensa un segundo. Giovanni, dice. Usted conoce a Giovanni Bardi, fue a él a quien le consulté acerca de usted cuando llegaron las primeras noticias de su interés por la música griega. Cuando los Alteratis comenzaron a reunirse, hace una decada yo ya estaba viajando aquí, a Roma. Pero, curioso el destino, - señala con un dedo indice a la cabeza de Vicenzo- sus cartas me han vuelto parte de los Alteratis, aunque no he podido estar presente.
- Tiempo después de que me llegaron sus cartas, y que se las leí a algunos amigos, decidimos ensamblarnos en la Camerata. Tal vez como una forma de poner a prueba algunas de las teorías que usted enseña, en práctica.
Me he enterado de eso - Sonríe complice Mei. Y me da mucho gusto que asi sea. La importancia de poder experimentar en las composiciones con libertad y con reglas, probando los modos y los tonos, armando las tensiones... -Girolamo se apagaba.
Si me disculpa Vicenzo, podemos encontrarnos mañana, estoy con dolores nuevamente y debo guardar reposo.
Los dos dos hombres, desconocidos conocedores, se despidieron y Vicenzo comenzó a caminar por el palacio y de allí a la calle. Ya que estaba en Roma no podía perder oportunidad para visitar las esculturas de su compatriota Buonarotti.


V


Una copa de cristal resuena y rebotan sus sones en la amplia habitación de piedra, al unísono, la otra copa estalla con la misma fuerza sonora  y los vinos se derraman de la una a la otra. El sonido agudo que despiden resalta por encima del jolgorio y de la música que resuena en el Pallazzo. La nota justa como campanada que destella y vibra.









sábado, marzo 26, 2011

Los papeles de Ariadna

La página se mueve por su cara larga y pálida. Se le reflejan las letras de lo que lee y dispersa unas dos o tres oracionaes como cucharaditas de tinieblas en su memoria; porque cada vez que sus ojos pasan por las negras letras de impreenta que sobreviven a amarilleo del papelucho que sus tiznes dedos agarran con fuerza y no sueltan, sospecha que es laúltima de las veces que leera lo que ha leído. Y tiene razón. En la mecedora de cuarto enorme, desde donde los sonidos de una orquesta lejana se filtran solitos como rayos de sueños entre los cortinados blancos, su cabeza oscila ronca entre el adelante y el atrás de la mecedora y de sus años.  El pelo largo y arrugado de Ariadna es una detenida foto de un peluche ronco que ha sido mimado como niño. Le cubre la cara marcada de muecas que miran y borran lo que han mirado. Por momentos Ariadna ya no lee, sus ojos pasan por allí, pero ella no. Rememora las frases que ha olvidado y como una actríz infinita de su olvido, se jueva un puñado de cartas a la Stanivlasky y se hace la ella en persona. Sabe que no vuelve y no lo llora, porque no lo recuerda.

domingo, marzo 20, 2011

El retorno de esa noche lo devolvía sobrio a un menjunje de sueños irrealizados, de lunas cortadas a cuchillo, de estrellas caídas a sus pies en simbronazos. Corría una brisa fresca en la ciudad del olvido y habìa tiempo para que el aire rebanara de a trozos las últimas palabras en su garganta.

jueves, febrero 10, 2011

martes, febrero 08, 2011

Las cortinas

Detrás de una cortina con olor a perro (sucio) ,se escondía ella los
martes a la tardecita, después de volver del trabajo, cuando el sol de
enero aún se le metí en las pupilas y cuando aquella casa, repleta de
libros, aún no era su casa. Llegado el caso, después de mirar por la
ventana hacia la calle, pasaba un rato con el rostro pegado a la
cortina. Ya no percibía el amargor entrándo por sus fosas nasales. Lo
que la llevaba a refugiarse en su escondite era mas poderoso que ese
olor.
Los martes, a esa hora de la tarde mas o menos, pasaba Braulio por la
casa. Tocaba la puerta, y sinó insistía por el timbre llegado el caso
de que nadien le respondiera, aplaudía, chiflaba, y vociferaba, en ese
orden. Eso sí, de la puerta no se iba. Alguien debìa abrirle, y la que
lo hacìa, era siempre mamà. Tardaba porque querìa acomodarse un poco,
ella tambi÷en llegaba de trabajar mas o menos por esa hora, venìa con
ese espantoso uniforme del trabajo, y llegaba tan desplomada que no
tenìa ni fuerzas para cambiarse. Ahora sì, al primer toctoc, ya estaba
cambiandose la camisa, y para cuando llegaban los chiflidos, él
peinado sabìa que no pod÷ia pasar de los gritos, porque Braulio se
irìa, entonces toda la labor quedabasinsentido. Al primer esbozo de
grito, Berta abrìa la puerta, y ahì estaba, sentadito, vestido de
traje y corbata, Braulio.

Pero la muchacha que, todo lo oìa desde el otro lado de la casa, no
querìa oir nada mas y por eso se refugiaba en la cortina.

lunes, enero 31, 2011

El hotel del tiempo

"Ignoro si lo mismo que hay fantasmas de hombres y de mujeres existen fantasmas de casas. Ignoro si moriré totalmente o si, cuando me hayan destruido hasta el fin, me alzaré de nuevo, transparente, como los barcos fantasmas de las leyendas. No lo creo."
Manuel Mujica Lainez, La casa, 1954




Hoy he despertado. Me reconzco allá lejano en una fotografía. La miopía de mis vidrios que alguna vez dieron a ese salitre y que se vieron amenazados por la arenilla y los acechos del viento en la costa o la hipermetropía de aquellos ojos de buey atornillados a la madera que han soportado tiempo atrás las presiones de los mares de varios continentes, no impiden que ahora mire y vea (y me vea) en una fotografía pegada a la pared del otro lado de la sala. A su costado unos recortes de periodicos, mas allá planos, hacia mi derecha, como para niños, como un juguete, una maqueta a escala. Reconozco alguna de mis partes. De otras ya ni me acuerdo. Se confunden mil recuerdos y mil voces, voces de viento, voces marinas. Se confunden tanto que no se bien quien he sido, el recuerdo no me lo dice. Sólo sé que hoy he despertado pero desconozco hace cuantos días que es hoy. En esta sala, donde los visitantes miran, relojean se ríen y se asombran, no se habla de los días de hoy. En esta habitación donde he sido arrumbado (o por lo menos algunas de mis partes) el presente existe solo a cuenta gotas y el futuro es una incognita. Los que vienen aquí, se hjactan de convivir por un instante con algún pasado. Lo rebuscan entre risas y asombros, hablan de cómo habrá sido. Se sorprenden de esta puerta casi rota que alguna vez permitió hacer entrar a caballeros ya muertos a mundos impensados; elaboran carcajadas tímidas y escoltan con miradas profundas los objetos suntuosos que han vivido en mí. Tanto es que el presente no existe aquí, que se puede decir que tengo esa sensación de haber entrado en la eternidad. No me pidan, no puedo explicarlo. Se me presentan entre las fibras leñosas y circulan por vetas ajadas voces antiguas (de hombres y de mujeres que he querido) que discuten una tarde de verano acerca de la eternidad. Las frases citadas de libros que no he leido pero de los cuales conozco su existencia, vuelven a mi como una brisa antigua que huele a puerto. Ni bien pienso en la eternidad, ni bien me doy cuenta que aqui dentro el tiempo se ha detenido, pienso en dichas discusiones y me encantaría rebatirlas con la experiencia de haber vivido. Ay! Pero no. Ya no. Ahora es cuestión de esperar que los que me visitan apaguen la luz y se vayan por esa puerta a quien sabe que lugar y hagan silencio. Como dije, el tiempo ya no existe para mí. Aquella foto de allí, que puedo verla con la luz de ese foco, muestra una enorme torre de cuatro puntas, una torre central que enhiesta sobre la arena simula un castillo español pequeño. A sus costados dos alas enormes donde estaban las habitaciones.Ese edificio antiguo estuvo acá, comenta la niña de pelo rubio. Con una sonrisa, señala con el dedo, mira el mapa a su costado y luego comienza a leer la historia en el panel. Eventualmente, con su cara rja de horas de sol, y mira hacia aquí, hacia la puerta. Ve una puerta, claro, y lo dice, enfática. Mirá fulano una puerta. Me mira, y me sonrojo, pero no se nota, la palidez de mi pintura verde se mantiene indemne, despintada y rota, me mira pero no me ve. Si me viera sabría que esa gota de barniz que se escapa muy pero mu lentamente desde la comisura de la cerradura, no es mas que una lágrima.

Si bien he dicho que perdí la noción del tiempo, tengo la sensación también desde hace rato (un abrir y cerrar de luces) de que no he dormido en días. Hoy he despertado despues de quien sabe cuanto tiempo y los recuerdos aparecen por mis ventanas y mis mesas y mis sillas y mis botellas de vino. Se deslizan por mis barandas, se doblan por mis tejas, sufren las lluvias implacables de las noches y se devoran mis bombillas eléctricas. Cuando toda esa emoción se cansa, por si sola de darse cuenta que no acanza este reciento para ser lo que he sido, entonces ahi, justo ahí, en ese rincon lúgubre en el cual no vive ningun objeto, allí en la esquinita de este museo donde el sol ya no ebraza y el mar ya no me embebe ni la arena me sepulta, allí sobre la cerámica me deleitaría de ponerme a llorar un poco por un solo segundo. A veces la muchacha que trabaja aqui y que nos cuida a nosotros, parecería entender dicha catástrofe y como leyendome los pensamientos me ubica por jornadas enteras en dicho lugar predilecto. Entonces es cuando veo cosas que no había visto por años, y nuevamente la emoción de los recuerdos huele a tristeza por lo que no vuelve. Y si, esos días no vuelven. Como cualquier letra de cualquier tango que escuchaba en los años veinte, una de mis tantas infancias en tierra firme.

Don Esteban mira una mañana al horizonte.  Recién llegado, busca entre la inmensidad del paisaje un atisbo se sombra que le robe ese solazo que le quema las sienes. Se lo contaría a sus hijos algun verano, en mi salon comedor, pensando en voz alta y rememorando casi al borde de la ficción la historia de ese lugar al cuntar su historia.

Les hablaría allí, a los suyos, de su propio padre que en el siglo anterior había comprado tierras a un pariente lejano de el mismísmo Rosas. Les diría con laverborragia que por esos días lo caracterizaban que por los tiempos en los que se compró la propiedad, el vendedor ya no ostentaba el apellido de los dueños originales de esas tierras, familia que terminó en el exilio. Esos niños no entenderían, pero de todos modos, el se jactaría de que estaban pisando un suelo que alguna vez fue de la familia de Rosas.
Escondería su miedo bajo la arena, y no les hablaría de el y en su lugar los convencería de que todo estaba planeado desde un principio. Nunca les confesaría que el verdadero motor, la maquinaria marítima que movía sus jugadas, no era mas que el miedo a defraudar a su propio padre, Don Esteban.

En ese salón comedor suntuoso donde personalidades de la política y del arte nacional se daban cita con el fin de evadirse de otros balnearios mas poblados en verano, Don Esteban pasaría algunas tardes descascarando anécdotas entremezcladas con mates y vinos.
Así confesaría que para acceder a los campos que su padre había comprado se debía atravesar aquel río, y que instaló un puente con este fin. Les contaría de la primera estancia, de la segunda y así, hasta luego llevarlos de visita por la que ahora si era suya, a unas leguas de allí. Porque si bien siempre lo sentí mi dueño, casi como algo afectivo, y casi como un amigo que visitaba el hotel quizas por nostalgia, él nunca fue mi verdadero propietario, ni siquiera en los papeles. Sólo compró unas maderas halladas en una goleta con el que a veces sueño; que quedó varada en la costa a kilometros de donde yo he nacido. Y tiempo después esas maderas, fueron traídas aqui, y luego, allí comienza mi historia. Por eso quizas Don Esteban me tiene tanto cariño y me visita y me admira.

A veces sueño con esa goleta como si yo mismo lo hubiera sido. Una tarde escuché en uno de los cuartos, hace añares su nombre. Un caballero la nombraba, entonces supe que tuve otra vida. Lo supe porque la he soñado, a ella, a la goleta, y a esa vida. Ese caballero solamente le puso nombre y apellido. Pero yo, esta madera ahora muerta y renacida siempre supo que su primer vida estuvo en el mar. Como los peces que salen del agua, los batracios cantores que se asientan en tierra. Alguna vez viví en el mar y tuve nombre y fui codiciada, hasta que entré en desuso, y fui desmantelada por inutil. Seguro que fue así, pues los días en que el hotel dejó de serlo, tuve la sensación de que eso ya lo había vivido.
Desde esos días se me ocurrió pensar en las reencarnaciones, en las reenmaderaciones y en las distintas vidas. Quizas parte de mí en otra vida haya sido parte de una estancia, o quizás parte de una barca.
Pero también a veces me gusta pensar que tuve otros dueños ademas de los que sé por nombre y apellido, que he tenido. Otros dueños he tenido aún antes de ser el que  he sido.  Por ejemplo aquellos dueños antiguos de las tierras que han hecho y deshecho en papeles y que nunca me han mirado mas que en la lejanía de la cartografía mal hecha y para quienes las tierras donde he nacido y muerto no han sido mas que un bien de intercambio; un negocio. Por mucho tiempo estuve entonces en los pensamientos de grandes nombres que se imaginaron milímetro a milímetro, las ganancias por legua, trazandome sólo en el territorio de sus bolsillos abultados. Según he oído, he pertenecido a algún Rozas alguna vez, ya no esta construcción de madera que ahora  monologa sino mas bien mis pies de arena que han besado el suelo y el mar.
Pero he tenido otros propietarios antes, que me han puesto nombres que la misma arena o la sangre en ella ha borrado y que han sido llevados por el mar. No recuerdo sus nombres, fueron muchos. No construían ninguna edificación que durara; iban y venían ellas y ellos. Ellos han vivido en mi y mis alrededores por milenios. Se dice que a unas leguas de donde me sepultaron, aún quedan restos antiquísimos, huellas mordidas por el mar que los guardó por milenios, de los padres de los padres de aquellos hombres que por primera vez me han mirado como su hogar(1).

Pero viajo en el tiempo y me olvido de lo que realmente he sido y por lo cual se me recuerda, me guardo los recuerdos de otros y otras en mi haber como míos, y vivo la vida de los otros. Yo no he sido la tierra que he pisado ni en la que me dieron vida. Compartí con ella todo, hombro a hombro, talón a talón, pero yo no he sido ella, ella contará si se anima su propia historia, cuando como yo renazca. Divago en el tiempo y quiero olvidarme de que he sido aquello por lo que se me recuerda, he sido el nombre que me han dado, he sido las funciones que he cumplido, he sido el abrigo que he dado, he sido la sombra para las damas soleadas, he sido el alero del cielo para la lluvia de los hombres, he sido el refugio de amores de verano, nada creció en mí mas que historias y conspiraciones, canciones de amor y juergas pasajeras. No he sido nunca la tierra que he pisado, he sido simplemente un hotel de playa.

El primer propietario que recuerdo su nombre (porque lo he escuchado muchas veces y me lo han leído de folletos) fue don Emiliano Baldez. He escuchado de el, y como muchas de las creaciones de mis pensamientos he creído que lo he conocido de otra vida. Pero no fue así, el no me conoció a mi sinó a la tierra que arrendaba. Así pasaron otros dueños esporádicos, Pedro (a quien tampoco conocí y pisó esta tierra poco tiempo); Esteban y su padre, de quienes esbozé anécdotas y finalmente Antonio.  Si tengo sueños de esa madre que he perdido, como una mezcla de goleta venida a menos y de estancia derrumbada y pienso que ella ha sido como mi madre o mi abuela, entonces mi padre, ese que me dio vida, no fue otro que Don Antonio.



II

Los días viejos se entremezclan con las imagenes que alcanzo a distinguir. Ahora estoy quieto. Esta puerta que soy yo y que revive un rato al ser mirada por los que curiosos por la sala pasan en busca de sabe quien que pedacito suyo. Este retazo de ventana (que tambien soy yo)  se ilumina desde la quietud de este encierro para creer que alguien (tal vez esa dama o ese niño con el chupetín) es capaz de mirar a traves suyo, y contemplar lo que se ha mirado. Y así podría seguir. Porque todos los objetos de esta sala que me pertenecieron alguna vez, vibran un poquito cada vez que algun visitante los admira. He escuchado entre sueños, que en otros museos los visitantes buscan otro tipo de objetos para admirar. Aquí lo único que se vé es el fruto de un desguaze. Aqui lo único que se oye es la eternidad hecha astillas. Pero ya no me pregunto más que los trae hasta aqui. Espero no hacerlo más. Prefiero convencerme de que si me visitan, tendrán sus razones. Tal vez algún día las entienda. Pero no hoy.  Ya he pasado por esto. Mis habitaciones enteras sufrían el desconcierto de no entender por que esos pasajeros pasaban esas noches de verano bajo mi regazo. Con el tiempo, lo fui entendiendo. Ahora ya lo he olvidado. Eso ha quedado sepultado al sacar mis maderas de la arena, al derruir mis cimientos, al extraer la última de las maderas henchidas clavadas a la tierra. He dejado de ser quien era, ya no sé albergar ni cobijar pasajeros como lo he hecho. Ahora me conformo con el recuerdo de los que me han habitado cadavez que me sacan del sueño eterno de mares escondidos y me visitan y se preguntan ¿Quien he sido?

Los pasajeros iban llegando, tímidos algunos. Vociferantes otros. Verano a verano. Entraban y salían, iban y venían. Con el correr de los años (que eran años de tres meses) me fui acostumbrando a que ninguno de ellos se quedaba eternamente. Serían, como se dice ahora, habitantes histéricos.  Ya no de esa histeria propia del nerviosismo o de la insanía, sino mas bien (y alejada de todo eso) una histeria que tiene que ver con el ir y venir. De hecho esos pasajeros buscaban la paz. Pero no todos la encontraban, claro.

Pero ahora es tarde para recordar. Ahora la paz es eterna y por lo menos hasta el próximo desguaze, tengo tiempo para revivir fragmentos. Revivirlos como en esos filmes que algunas veces pasa en este museo. Donde se muestran imágenes perdidas en el tiempo, donde locutores con voz de pito impostan una época que ya no es. Donde se me ve vivo y erguido, con el semblante por lo alto, a veces de perfil otras de frente, frente al mar ininmutable. Donde hablan de mi y donde cuentan mi historia. Por un segundo me creo (cuando veo esos filmes) que yo he sido eso. Pero no. Al rato me convenzo de que aquello que cuentan es lo que ellos creen, pero no lo que yo fui. Yo no deseo revivir un recuerdo ajeno. Yo no quiero recordar mi propia vida. Yo quiero revivirla. Aunque sea desde este rincón oscuro que ahora soy, un hotel del tiempo.

Hablando de pasajeros que buscaban la paz y nunca la han encontrado, uff. Centenares de nombres viene a mi. Pero no quiero apabullar a nadie. Sólo quiero ser lo que he sido y talvez las historias me ayuden a serlo. Tal vez el lector distraído se haga pasajero por un rato y hasta navegue tal vez si su imaginación se lo permite. Ahora es tarde. Vienen a cerrarme. En otro momento quizás los que me habitaron hablarán por mis maderas muertas y saldrán de esas fotos mudas para dar lugar a esa paz que nunca encontraron en mi.

jueves, enero 20, 2011

Foco

Hasta hace un rato, el espejo que miraba en el baño mientras se pasaba el gran peine por su cabellera y mientras escuchaba a la distancia la televisión encendida en la otra habitación del departamento, devolvía una imagen fuera de foco. El foco de la imagen en ese espejo que todavía poseía residuos del vapor caliente de la ducha que se había dado minutos antes, estaba lejano. Estaba alejado el foco y mientras el peine bajaba por sus largos pelos negros, la imagen solo se deformaba un poco más.
Olía a limpio ese baño que aún entre los vapores guardaba la memoria de ese momento casi sagrado: el de la ducha tibia luego de un día que no quiere terminar, pero que lo hace, aunque sea, fuera de foco.

miércoles, enero 19, 2011

Adicción

Sabrás decirlo. Algún día. Algún día sabrás decirlo de tal manera que ni te daras cuenta que lo has dicho. Será, como la luz que te rodea  un vocablo tan frecuente y tan tuyo, que casi como un músculo se accionará inmediatamente, entonces lo habrás dicho. Y entonces esta preocupación no tendrá sentido. Pero tendrán sentido otras, y cobrarán vida nueva. Y nuevamente aprenderás a decirlo de nuevo. Eso que no se dice. Sabrás.

martes, enero 11, 2011

El impostor III

Esto que escribo no es para nadie- Pienso.
Mientras camino por el borde, por ese borde tenebroso casi a punto de caerme y de no volver a poder decir lo que digo, pienso que esto que escribo no es para nadie.
Al final, casi en el desequilibrio, me doy cuenta de que tal vez, para alguien sea.

El impostor II

Salgo afuera, luego de que he entrado dos o tres veces a mirar si tanto adentro como afuera oscurece igual de rápido. Entro casi sin vislumbrar la cerradura, porque esa puerta no abre por dentro ni cierra por fuera. Entro y un soplido revienta el chirrido de la madera que como bisagra descangallada se hace la maricona y chilla un poco.
Salgo y al salir aquella puerta se cierra conmigo. Me acompaña al huir de allí y en su compañia hay una ausencia que termina por ser portazo.
Salgo y al fin creo que eso es lo mejor que me ha pasado.
No finjas- Me digo.

domingo, enero 09, 2011

El impostor I

Salgo a ver lo que hay para ver allá afuera. En la calle, corre una polvareda que se te mete hasta los días olvidados. Me sacudo las pelambres, y el viento amaina. Otros como yo, caminan apurados. Lo que hay que ver durará poco acá afuera. Entrar a ver lo que hay que ver amedrenta.
Mejor me apuro- Pienso.

sábado, enero 08, 2011

Arrinconando

En el único rincon posible donde pudo encontrar lo oculto, apareció lo obvio.
La única razon para dejar de buscarlo es hacerlo obvio. Hacer lo obvio no es encontrarlo y ya; mas bien es verlo con otros ojos. Y el rincón secreto será un claro ejemplo de los lugares recorridos. Tal vez como los vasos, los días y los ojoos, que encontramos ocultos, en el único rincon posible en que no hemos buscado.

viernes, enero 07, 2011

Desesperanza Maravilla

Espera que la noche se acueste sobre ella.
Para hacer que el tiempo le deje de soñar los ojos.
Y para hacer que los años le dejen volar a tiempo.

Sobre la única imagen de si misma que vislumbra,
sabe que mañana no será ningun día viejo.

Espera que la vida se le acueste al costado del cuerpo,
en un lecho sin techo,
Para hacer de cuenta que la vida no es tan corta,
para hacer que nada se parezca a lo que ha sido.

martes, enero 04, 2011

Lados

Retrae un brazo, leve, incansable. Luego el otro, al fin el primero. Con un movimiento mecánico llega hasta el otro lado sin saber que lado es cual.

domingo, enero 02, 2011

Sabe quien por qué

Silencio transversal al sol. Olvido de siempre y de vez en cuando. Una arena sobre los pies que descalzos pisan el arroyo. Una piedra entre las márgenes del camino. Quizás al cruzar los dedos, cruce con ellos el agua, y al final de todo, se habrá olvidado por que estan allí, caminando, lento, hacia quien sabe donde, por sabe quien motivo, por vaya a saber uno que pena que no vale el sol.