sábado, marzo 26, 2011

Los papeles de Ariadna

La página se mueve por su cara larga y pálida. Se le reflejan las letras de lo que lee y dispersa unas dos o tres oracionaes como cucharaditas de tinieblas en su memoria; porque cada vez que sus ojos pasan por las negras letras de impreenta que sobreviven a amarilleo del papelucho que sus tiznes dedos agarran con fuerza y no sueltan, sospecha que es laúltima de las veces que leera lo que ha leído. Y tiene razón. En la mecedora de cuarto enorme, desde donde los sonidos de una orquesta lejana se filtran solitos como rayos de sueños entre los cortinados blancos, su cabeza oscila ronca entre el adelante y el atrás de la mecedora y de sus años.  El pelo largo y arrugado de Ariadna es una detenida foto de un peluche ronco que ha sido mimado como niño. Le cubre la cara marcada de muecas que miran y borran lo que han mirado. Por momentos Ariadna ya no lee, sus ojos pasan por allí, pero ella no. Rememora las frases que ha olvidado y como una actríz infinita de su olvido, se jueva un puñado de cartas a la Stanivlasky y se hace la ella en persona. Sabe que no vuelve y no lo llora, porque no lo recuerda.

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