Salgo afuera, luego de que he entrado dos o tres veces a mirar si tanto adentro como afuera oscurece igual de rápido. Entro casi sin vislumbrar la cerradura, porque esa puerta no abre por dentro ni cierra por fuera. Entro y un soplido revienta el chirrido de la madera que como bisagra descangallada se hace la maricona y chilla un poco.
Salgo y al salir aquella puerta se cierra conmigo. Me acompaña al huir de allí y en su compañia hay una ausencia que termina por ser portazo.
Salgo y al fin creo que eso es lo mejor que me ha pasado.
No finjas- Me digo.
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