"El mundo se resiste a ser dibujado"
T. Eloy Martinez, El purgatorio
Levantó el mapa cubierto de polvo y se rascó dos veces la barba. Había estado dos horas perdido en una fantasía. Sabía donde estaba, pero no lo sabía. Miró el mapa de nuevo, se rascó la nariz, se mordió el labio, hizo un gesto extraño, levantó la vista y miró alrededor, refregandose primero los ojos con la mano que tenía libre. El paisaje no era el que describía el mapa, ni se parecía. El sabía perfectamente donde estaba. Sabía de donde había salido y creía saber hacia donde se dirigía. Pero según el mapa, él estaba perdido. Por una vez en la vida, decidió no hacerle caso a los difujos en un papel, y se internó en el paisaje. Se metió sin querer en el mapa que miraba, y ahora, ahora, estaba seguro de que sabe donde está. La certidumbre de las lineas rígidas que son ríos y que no mojan y que orientan, fue su placer instantaneo. La cercanía de las letras diciendole en que preciso lugar estaba le gritaban desde la profundidad de una cartografía que se resiste a ser imaginada. En su certidumbre confió que estaba en el lugar seguro, perfecto, inalterable. La exactititud de un mapa no se condice con lo cambiante del mundo. Como era de esperar, nadie supo nada de Tito, nunca más. Ahora es un exacto punto en un mapa, que para el mundo, quedó vetusto. Claro que él no lo sabe. En su cercanía una raya de crayón rojo lo atraviesa, delimitando una carretera nueva. Lo habrán borrado del mapa, o lo habrán mandado a otro. A nadie le importa, es imperceptible. Ni Esther, ni Clara notaron esa mañana que Tito yacía y miraba desde el mapa del Virreinato del Río de la Plata que descansa colgado en la pared, en la casita de Congreso. Ni siquiera Tito pudo percatarse de que ya era parte del paisaje. Ininmutable, vivió el resto de los días en una calle barrosa del Buenos Aytres colonial, en un mapa que nadie se atrevería a remarcar ni a retocar.
El día que vendieron la casa, el mapa fue a una subasta. Ahora Tito espera que alguien compre, como hace unos siglos, tanta tierra o que se la roben, o que se la quemen.
La cercanía de la eternidad no es perderse en un mapa, ni dibujar la vida de los otros. Sino permanecer imperceptible a la vera de un camino que se niega a ser dibujado.
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