"No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días."
Juan Rulfo
Llueve en la ciudad triste. Llueve en tu lluvia rota, en tu lluvia de cráneos que han pasado a tu olvido. Lueve en tu lluvia de datos en tu cabeza enferma. Algo escondés detrás de tu acto. Detrás de tu espina. Algo detrás de tu trabajo, algo detrás de tu estirpe. Llueve y dejas llover aún un poco más como se deja correr el agua por entre las manos. Dejás llover gotas amigotas en tu cara, hasta que te dejás llevar por la calle, y te refugias en una parada de colectivo. Te preguntás algo vano. Te preguntás si la ciudad está triste de por sí, o si solamente vos la ves triste. Preferís olvidarte. Cualquier definición se te escaparía como el agua en este momento, y ni una comparsa colorida podría simular algo de alegría.
En cualquier otro lado de la ciudad un hombre y una mujer se encuentran en una esquina. Se reconocen porque los dos tienen paraguas rojos. Habían acordado la cita unos días antes. Si llueve un paraguas rojo cada uno, si no llueve, no nos vemos, se dijeron.
Estás solo, pensás, aceptalo. No hay ningún cristo que pueda hacer eso por vos. No hay ningún cuerpo detrás del tuyo. Debajo de ese pucho que acabas de atornillar contra el cenicero iban quedando las últimas y póstumas cenizas de un pensamientamiento. No miento, luego del tabaco, nada mejor que refregarse los ojos que previamente cerraste, resfregartelos con la mano derecha, con dedo mayor amarillento, con olor a nicotina. No hay nadie mas en el rincon donde te sentaste. Quizás un llamado te separa de la felicidad, en el mejor de los casos, la dicha que anhelas. En el peor de los casos el llamado agranda la distancia entre la dicha y vos. Como muchas veces el chaparrón separa a la ciudad triste de esa otra ciudad. Terminaste de resfregarte los ojos y empezas a aceptar de alguna manera el estado. No te das cuenta? preguntas al aire.No, te respondes.