sábado, mayo 21, 2005

Asco

A la hora del asco, de ese asco que se percibe de a poco en las tripas, desde el extremo inferior del abdoben, pasado por el fundus del estómago, y quizás hasta la parte superir de la laringe, y que provoca a veces ganas de vaciar todo el contenido, prefiero no vomitar. Por algunas razones que fui aprendiendo con los años, o quizas con las vergüenzas, o las náuseas, prefiero guardarme el asco para mas tarde. No ya como un rumiante exorcisado en la pradera, ni como un autofago ser de sus propias pulgas, sino mas bien como un deseo incondicional a no perder lo que es propio, lo que se ha gestado en el interior de mi cuerpo, lo que he saboreado con el paladar y con la lengua. Es cierto que la sensación de vacío y de tranquilidad posterior a la nausea, y posterior al acto de devolver, es placentera, de golpe ese vacío parece permitir reconocer en el propio cuerpo que nos sobraba algo, que el estómago quiere expulsar. No hablo de productos de borracheras y de estomagos sensibles al vino o la las sustancias grasosas que el hígado no soporta. Hablo de la nausea propia del asco, propia de los nervios, propia de no querer que ese alimento esté en ese lugar. Quizás como desvirtuación burguesa de la preferencia de una comida sobre otra y quizas por la confusión entre los vocablos "hambre" y la denominación de apetito para un deseo. No tengo claro de que asco hablo. Pero tengo claro que a veces lo siento. No ahora, claro, sino no podría estar escribiendo, pero muchas veces lo siento.

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