miércoles, mayo 11, 2005

Los Fusiles

Eusebio Campos agarra su fusil, su mauser, su trabuco de maderas oxidadas, se levanta a la hora de la siesta pegajosa en el trópico de su orgullo, y le pega una relojeada al horizonte entre sus hojos, por una ventana. Lo mira por una ventana como si fuera ahora que lo mirara, mientras decide darse vuelta y al girar la cabeza despacio, percatarse que no duerme sólo en su cama, que no sólo su mugre lo acompaña en las cobijas, que el catre no está vacío y que detras de aquellos ropajes, ya gastados de amaneceres mustios, descansa un cuerpo, que por lógica no debería ser el suyo, pero que por la alucinación propia de las horas no llega a adivinarse. Un contorno negruzco, ollín de sombra y penumbra, tizne de ese horno que es el alba, pega contra la pared amarillenta y barrosa. Se pone unos lienzos en las piernas, ya no por el frío sino para no senttir la desnudez, y decide silbar bajito un vals, imitando al pájaro del alba que madruga mas que él y lo madruga en cantos, cuando él ayuna en recuerdos. Se cersiora que es todavía el alba y que no ha llegado la hora de la siesta, deja el arma a un costado, conservando la paz que conservo en todo momento, mira el ropaje que duerme a su lado, el hueco del catre.Y se da cuenta que todavía no amanece, que todavía no se ha quedado sólo. Eusebio Campos agarra su fusil, su mauser, su sol, y lo guarda bajo las sábanas.

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