Todos son iguales. Un codo no es distinto a otro. No es como una mano que palmea o un pie que pisa, ni siquiera es como un brazo que mide la distancia entre un cuerpo y otro. Los codos, los que doblan y redoblan, son todos iguales. A ellos los cubren pullovers finos o camisas a cuadros, y hasta algunos pretenden dejar verse al descoser los dobleces de un género tejido que se angosta sobre tu brazo y descansa en una mesa, mientras tomás un mate o simplemente esperás que tu cabeza pueda levantarse después de agacharla una tarde de cualquier especie, y es el codo de la vida el que te sostiene y no es Atlas ni atalante o mito el que sujeta cuando cabeceás de incógnito y todos iguales los codos no palmean ni te miden ni te pisan, se arremangan y sostienen lo que de un momento a otro ya se ha caído; mi vida.
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