No supo cómo.
El pibe que le guiñó el ojo en el asalto del otro día ese día estaba sacandosé
los pantalones y ella le miraba el culo blanco en el espejo de la pieza de
atrás. Su mamá estaba de viaje y su papá no estaba en casa. El pibe que se
dejaba los bigotitos para parecer más grande tenía la nariz bien fea. Debería
tener el bigote más grande para que no se le note lo fea que era. La camisa no
estaba mal. Era más blanca que la piel. Era escuálido. Cualquier romanticismo
que ella hubiera esperado de aquella tarde había desaparecido ya hacía dos
botones.
El tipo la fue
a buscar con pose de James Dean, y se tropezó con la cómoda porque se había
sacado los lentes y no veía nada. Terminó en el piso con la pata partida por la
pata de la cómoda. Ella, incómoda le fue a agarrar la rodilla para ver si le
sangraba. Lo incómodo fue darse cuenta de que era lo que había agarrado. Porque
estaba medio oscuro. Y no fue sangre lo que salió de la hinchazón y no fue la
pata de la cómoda lo que su mano aferraba y no podía largar. No era su nariz
tan fea ahora que estaba tirado el pibe, pobre el pibe. Pobre no, fue de dolor
que gritaba él. Eso cuenta mamá cuando le preguntas si duele, nena, vas a ver,
preguntale.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario