lunes, enero 31, 2011

El hotel del tiempo

"Ignoro si lo mismo que hay fantasmas de hombres y de mujeres existen fantasmas de casas. Ignoro si moriré totalmente o si, cuando me hayan destruido hasta el fin, me alzaré de nuevo, transparente, como los barcos fantasmas de las leyendas. No lo creo."
Manuel Mujica Lainez, La casa, 1954




Hoy he despertado. Me reconzco allá lejano en una fotografía. La miopía de mis vidrios que alguna vez dieron a ese salitre y que se vieron amenazados por la arenilla y los acechos del viento en la costa o la hipermetropía de aquellos ojos de buey atornillados a la madera que han soportado tiempo atrás las presiones de los mares de varios continentes, no impiden que ahora mire y vea (y me vea) en una fotografía pegada a la pared del otro lado de la sala. A su costado unos recortes de periodicos, mas allá planos, hacia mi derecha, como para niños, como un juguete, una maqueta a escala. Reconozco alguna de mis partes. De otras ya ni me acuerdo. Se confunden mil recuerdos y mil voces, voces de viento, voces marinas. Se confunden tanto que no se bien quien he sido, el recuerdo no me lo dice. Sólo sé que hoy he despertado pero desconozco hace cuantos días que es hoy. En esta sala, donde los visitantes miran, relojean se ríen y se asombran, no se habla de los días de hoy. En esta habitación donde he sido arrumbado (o por lo menos algunas de mis partes) el presente existe solo a cuenta gotas y el futuro es una incognita. Los que vienen aquí, se hjactan de convivir por un instante con algún pasado. Lo rebuscan entre risas y asombros, hablan de cómo habrá sido. Se sorprenden de esta puerta casi rota que alguna vez permitió hacer entrar a caballeros ya muertos a mundos impensados; elaboran carcajadas tímidas y escoltan con miradas profundas los objetos suntuosos que han vivido en mí. Tanto es que el presente no existe aquí, que se puede decir que tengo esa sensación de haber entrado en la eternidad. No me pidan, no puedo explicarlo. Se me presentan entre las fibras leñosas y circulan por vetas ajadas voces antiguas (de hombres y de mujeres que he querido) que discuten una tarde de verano acerca de la eternidad. Las frases citadas de libros que no he leido pero de los cuales conozco su existencia, vuelven a mi como una brisa antigua que huele a puerto. Ni bien pienso en la eternidad, ni bien me doy cuenta que aqui dentro el tiempo se ha detenido, pienso en dichas discusiones y me encantaría rebatirlas con la experiencia de haber vivido. Ay! Pero no. Ya no. Ahora es cuestión de esperar que los que me visitan apaguen la luz y se vayan por esa puerta a quien sabe que lugar y hagan silencio. Como dije, el tiempo ya no existe para mí. Aquella foto de allí, que puedo verla con la luz de ese foco, muestra una enorme torre de cuatro puntas, una torre central que enhiesta sobre la arena simula un castillo español pequeño. A sus costados dos alas enormes donde estaban las habitaciones.Ese edificio antiguo estuvo acá, comenta la niña de pelo rubio. Con una sonrisa, señala con el dedo, mira el mapa a su costado y luego comienza a leer la historia en el panel. Eventualmente, con su cara rja de horas de sol, y mira hacia aquí, hacia la puerta. Ve una puerta, claro, y lo dice, enfática. Mirá fulano una puerta. Me mira, y me sonrojo, pero no se nota, la palidez de mi pintura verde se mantiene indemne, despintada y rota, me mira pero no me ve. Si me viera sabría que esa gota de barniz que se escapa muy pero mu lentamente desde la comisura de la cerradura, no es mas que una lágrima.

Si bien he dicho que perdí la noción del tiempo, tengo la sensación también desde hace rato (un abrir y cerrar de luces) de que no he dormido en días. Hoy he despertado despues de quien sabe cuanto tiempo y los recuerdos aparecen por mis ventanas y mis mesas y mis sillas y mis botellas de vino. Se deslizan por mis barandas, se doblan por mis tejas, sufren las lluvias implacables de las noches y se devoran mis bombillas eléctricas. Cuando toda esa emoción se cansa, por si sola de darse cuenta que no acanza este reciento para ser lo que he sido, entonces ahi, justo ahí, en ese rincon lúgubre en el cual no vive ningun objeto, allí en la esquinita de este museo donde el sol ya no ebraza y el mar ya no me embebe ni la arena me sepulta, allí sobre la cerámica me deleitaría de ponerme a llorar un poco por un solo segundo. A veces la muchacha que trabaja aqui y que nos cuida a nosotros, parecería entender dicha catástrofe y como leyendome los pensamientos me ubica por jornadas enteras en dicho lugar predilecto. Entonces es cuando veo cosas que no había visto por años, y nuevamente la emoción de los recuerdos huele a tristeza por lo que no vuelve. Y si, esos días no vuelven. Como cualquier letra de cualquier tango que escuchaba en los años veinte, una de mis tantas infancias en tierra firme.

Don Esteban mira una mañana al horizonte.  Recién llegado, busca entre la inmensidad del paisaje un atisbo se sombra que le robe ese solazo que le quema las sienes. Se lo contaría a sus hijos algun verano, en mi salon comedor, pensando en voz alta y rememorando casi al borde de la ficción la historia de ese lugar al cuntar su historia.

Les hablaría allí, a los suyos, de su propio padre que en el siglo anterior había comprado tierras a un pariente lejano de el mismísmo Rosas. Les diría con laverborragia que por esos días lo caracterizaban que por los tiempos en los que se compró la propiedad, el vendedor ya no ostentaba el apellido de los dueños originales de esas tierras, familia que terminó en el exilio. Esos niños no entenderían, pero de todos modos, el se jactaría de que estaban pisando un suelo que alguna vez fue de la familia de Rosas.
Escondería su miedo bajo la arena, y no les hablaría de el y en su lugar los convencería de que todo estaba planeado desde un principio. Nunca les confesaría que el verdadero motor, la maquinaria marítima que movía sus jugadas, no era mas que el miedo a defraudar a su propio padre, Don Esteban.

En ese salón comedor suntuoso donde personalidades de la política y del arte nacional se daban cita con el fin de evadirse de otros balnearios mas poblados en verano, Don Esteban pasaría algunas tardes descascarando anécdotas entremezcladas con mates y vinos.
Así confesaría que para acceder a los campos que su padre había comprado se debía atravesar aquel río, y que instaló un puente con este fin. Les contaría de la primera estancia, de la segunda y así, hasta luego llevarlos de visita por la que ahora si era suya, a unas leguas de allí. Porque si bien siempre lo sentí mi dueño, casi como algo afectivo, y casi como un amigo que visitaba el hotel quizas por nostalgia, él nunca fue mi verdadero propietario, ni siquiera en los papeles. Sólo compró unas maderas halladas en una goleta con el que a veces sueño; que quedó varada en la costa a kilometros de donde yo he nacido. Y tiempo después esas maderas, fueron traídas aqui, y luego, allí comienza mi historia. Por eso quizas Don Esteban me tiene tanto cariño y me visita y me admira.

A veces sueño con esa goleta como si yo mismo lo hubiera sido. Una tarde escuché en uno de los cuartos, hace añares su nombre. Un caballero la nombraba, entonces supe que tuve otra vida. Lo supe porque la he soñado, a ella, a la goleta, y a esa vida. Ese caballero solamente le puso nombre y apellido. Pero yo, esta madera ahora muerta y renacida siempre supo que su primer vida estuvo en el mar. Como los peces que salen del agua, los batracios cantores que se asientan en tierra. Alguna vez viví en el mar y tuve nombre y fui codiciada, hasta que entré en desuso, y fui desmantelada por inutil. Seguro que fue así, pues los días en que el hotel dejó de serlo, tuve la sensación de que eso ya lo había vivido.
Desde esos días se me ocurrió pensar en las reencarnaciones, en las reenmaderaciones y en las distintas vidas. Quizas parte de mí en otra vida haya sido parte de una estancia, o quizás parte de una barca.
Pero también a veces me gusta pensar que tuve otros dueños ademas de los que sé por nombre y apellido, que he tenido. Otros dueños he tenido aún antes de ser el que  he sido.  Por ejemplo aquellos dueños antiguos de las tierras que han hecho y deshecho en papeles y que nunca me han mirado mas que en la lejanía de la cartografía mal hecha y para quienes las tierras donde he nacido y muerto no han sido mas que un bien de intercambio; un negocio. Por mucho tiempo estuve entonces en los pensamientos de grandes nombres que se imaginaron milímetro a milímetro, las ganancias por legua, trazandome sólo en el territorio de sus bolsillos abultados. Según he oído, he pertenecido a algún Rozas alguna vez, ya no esta construcción de madera que ahora  monologa sino mas bien mis pies de arena que han besado el suelo y el mar.
Pero he tenido otros propietarios antes, que me han puesto nombres que la misma arena o la sangre en ella ha borrado y que han sido llevados por el mar. No recuerdo sus nombres, fueron muchos. No construían ninguna edificación que durara; iban y venían ellas y ellos. Ellos han vivido en mi y mis alrededores por milenios. Se dice que a unas leguas de donde me sepultaron, aún quedan restos antiquísimos, huellas mordidas por el mar que los guardó por milenios, de los padres de los padres de aquellos hombres que por primera vez me han mirado como su hogar(1).

Pero viajo en el tiempo y me olvido de lo que realmente he sido y por lo cual se me recuerda, me guardo los recuerdos de otros y otras en mi haber como míos, y vivo la vida de los otros. Yo no he sido la tierra que he pisado ni en la que me dieron vida. Compartí con ella todo, hombro a hombro, talón a talón, pero yo no he sido ella, ella contará si se anima su propia historia, cuando como yo renazca. Divago en el tiempo y quiero olvidarme de que he sido aquello por lo que se me recuerda, he sido el nombre que me han dado, he sido las funciones que he cumplido, he sido el abrigo que he dado, he sido la sombra para las damas soleadas, he sido el alero del cielo para la lluvia de los hombres, he sido el refugio de amores de verano, nada creció en mí mas que historias y conspiraciones, canciones de amor y juergas pasajeras. No he sido nunca la tierra que he pisado, he sido simplemente un hotel de playa.

El primer propietario que recuerdo su nombre (porque lo he escuchado muchas veces y me lo han leído de folletos) fue don Emiliano Baldez. He escuchado de el, y como muchas de las creaciones de mis pensamientos he creído que lo he conocido de otra vida. Pero no fue así, el no me conoció a mi sinó a la tierra que arrendaba. Así pasaron otros dueños esporádicos, Pedro (a quien tampoco conocí y pisó esta tierra poco tiempo); Esteban y su padre, de quienes esbozé anécdotas y finalmente Antonio.  Si tengo sueños de esa madre que he perdido, como una mezcla de goleta venida a menos y de estancia derrumbada y pienso que ella ha sido como mi madre o mi abuela, entonces mi padre, ese que me dio vida, no fue otro que Don Antonio.



II

Los días viejos se entremezclan con las imagenes que alcanzo a distinguir. Ahora estoy quieto. Esta puerta que soy yo y que revive un rato al ser mirada por los que curiosos por la sala pasan en busca de sabe quien que pedacito suyo. Este retazo de ventana (que tambien soy yo)  se ilumina desde la quietud de este encierro para creer que alguien (tal vez esa dama o ese niño con el chupetín) es capaz de mirar a traves suyo, y contemplar lo que se ha mirado. Y así podría seguir. Porque todos los objetos de esta sala que me pertenecieron alguna vez, vibran un poquito cada vez que algun visitante los admira. He escuchado entre sueños, que en otros museos los visitantes buscan otro tipo de objetos para admirar. Aquí lo único que se vé es el fruto de un desguaze. Aqui lo único que se oye es la eternidad hecha astillas. Pero ya no me pregunto más que los trae hasta aqui. Espero no hacerlo más. Prefiero convencerme de que si me visitan, tendrán sus razones. Tal vez algún día las entienda. Pero no hoy.  Ya he pasado por esto. Mis habitaciones enteras sufrían el desconcierto de no entender por que esos pasajeros pasaban esas noches de verano bajo mi regazo. Con el tiempo, lo fui entendiendo. Ahora ya lo he olvidado. Eso ha quedado sepultado al sacar mis maderas de la arena, al derruir mis cimientos, al extraer la última de las maderas henchidas clavadas a la tierra. He dejado de ser quien era, ya no sé albergar ni cobijar pasajeros como lo he hecho. Ahora me conformo con el recuerdo de los que me han habitado cadavez que me sacan del sueño eterno de mares escondidos y me visitan y se preguntan ¿Quien he sido?

Los pasajeros iban llegando, tímidos algunos. Vociferantes otros. Verano a verano. Entraban y salían, iban y venían. Con el correr de los años (que eran años de tres meses) me fui acostumbrando a que ninguno de ellos se quedaba eternamente. Serían, como se dice ahora, habitantes histéricos.  Ya no de esa histeria propia del nerviosismo o de la insanía, sino mas bien (y alejada de todo eso) una histeria que tiene que ver con el ir y venir. De hecho esos pasajeros buscaban la paz. Pero no todos la encontraban, claro.

Pero ahora es tarde para recordar. Ahora la paz es eterna y por lo menos hasta el próximo desguaze, tengo tiempo para revivir fragmentos. Revivirlos como en esos filmes que algunas veces pasa en este museo. Donde se muestran imágenes perdidas en el tiempo, donde locutores con voz de pito impostan una época que ya no es. Donde se me ve vivo y erguido, con el semblante por lo alto, a veces de perfil otras de frente, frente al mar ininmutable. Donde hablan de mi y donde cuentan mi historia. Por un segundo me creo (cuando veo esos filmes) que yo he sido eso. Pero no. Al rato me convenzo de que aquello que cuentan es lo que ellos creen, pero no lo que yo fui. Yo no deseo revivir un recuerdo ajeno. Yo no quiero recordar mi propia vida. Yo quiero revivirla. Aunque sea desde este rincón oscuro que ahora soy, un hotel del tiempo.

Hablando de pasajeros que buscaban la paz y nunca la han encontrado, uff. Centenares de nombres viene a mi. Pero no quiero apabullar a nadie. Sólo quiero ser lo que he sido y talvez las historias me ayuden a serlo. Tal vez el lector distraído se haga pasajero por un rato y hasta navegue tal vez si su imaginación se lo permite. Ahora es tarde. Vienen a cerrarme. En otro momento quizás los que me habitaron hablarán por mis maderas muertas y saldrán de esas fotos mudas para dar lugar a esa paz que nunca encontraron en mi.

jueves, enero 20, 2011

Foco

Hasta hace un rato, el espejo que miraba en el baño mientras se pasaba el gran peine por su cabellera y mientras escuchaba a la distancia la televisión encendida en la otra habitación del departamento, devolvía una imagen fuera de foco. El foco de la imagen en ese espejo que todavía poseía residuos del vapor caliente de la ducha que se había dado minutos antes, estaba lejano. Estaba alejado el foco y mientras el peine bajaba por sus largos pelos negros, la imagen solo se deformaba un poco más.
Olía a limpio ese baño que aún entre los vapores guardaba la memoria de ese momento casi sagrado: el de la ducha tibia luego de un día que no quiere terminar, pero que lo hace, aunque sea, fuera de foco.

miércoles, enero 19, 2011

Adicción

Sabrás decirlo. Algún día. Algún día sabrás decirlo de tal manera que ni te daras cuenta que lo has dicho. Será, como la luz que te rodea  un vocablo tan frecuente y tan tuyo, que casi como un músculo se accionará inmediatamente, entonces lo habrás dicho. Y entonces esta preocupación no tendrá sentido. Pero tendrán sentido otras, y cobrarán vida nueva. Y nuevamente aprenderás a decirlo de nuevo. Eso que no se dice. Sabrás.

martes, enero 11, 2011

El impostor III

Esto que escribo no es para nadie- Pienso.
Mientras camino por el borde, por ese borde tenebroso casi a punto de caerme y de no volver a poder decir lo que digo, pienso que esto que escribo no es para nadie.
Al final, casi en el desequilibrio, me doy cuenta de que tal vez, para alguien sea.

El impostor II

Salgo afuera, luego de que he entrado dos o tres veces a mirar si tanto adentro como afuera oscurece igual de rápido. Entro casi sin vislumbrar la cerradura, porque esa puerta no abre por dentro ni cierra por fuera. Entro y un soplido revienta el chirrido de la madera que como bisagra descangallada se hace la maricona y chilla un poco.
Salgo y al salir aquella puerta se cierra conmigo. Me acompaña al huir de allí y en su compañia hay una ausencia que termina por ser portazo.
Salgo y al fin creo que eso es lo mejor que me ha pasado.
No finjas- Me digo.

domingo, enero 09, 2011

El impostor I

Salgo a ver lo que hay para ver allá afuera. En la calle, corre una polvareda que se te mete hasta los días olvidados. Me sacudo las pelambres, y el viento amaina. Otros como yo, caminan apurados. Lo que hay que ver durará poco acá afuera. Entrar a ver lo que hay que ver amedrenta.
Mejor me apuro- Pienso.

sábado, enero 08, 2011

Arrinconando

En el único rincon posible donde pudo encontrar lo oculto, apareció lo obvio.
La única razon para dejar de buscarlo es hacerlo obvio. Hacer lo obvio no es encontrarlo y ya; mas bien es verlo con otros ojos. Y el rincón secreto será un claro ejemplo de los lugares recorridos. Tal vez como los vasos, los días y los ojoos, que encontramos ocultos, en el único rincon posible en que no hemos buscado.

viernes, enero 07, 2011

Desesperanza Maravilla

Espera que la noche se acueste sobre ella.
Para hacer que el tiempo le deje de soñar los ojos.
Y para hacer que los años le dejen volar a tiempo.

Sobre la única imagen de si misma que vislumbra,
sabe que mañana no será ningun día viejo.

Espera que la vida se le acueste al costado del cuerpo,
en un lecho sin techo,
Para hacer de cuenta que la vida no es tan corta,
para hacer que nada se parezca a lo que ha sido.

martes, enero 04, 2011

Lados

Retrae un brazo, leve, incansable. Luego el otro, al fin el primero. Con un movimiento mecánico llega hasta el otro lado sin saber que lado es cual.

domingo, enero 02, 2011

Sabe quien por qué

Silencio transversal al sol. Olvido de siempre y de vez en cuando. Una arena sobre los pies que descalzos pisan el arroyo. Una piedra entre las márgenes del camino. Quizás al cruzar los dedos, cruce con ellos el agua, y al final de todo, se habrá olvidado por que estan allí, caminando, lento, hacia quien sabe donde, por sabe quien motivo, por vaya a saber uno que pena que no vale el sol.