Una palabra la dejó muda. Bastó una conjunción determinada y específica de letras que dichas por el timbre exacto, la pausa precisa y el timing adecuado, resonaran en sus oìdos como un abracadabra, un abretesésamo. Ni bien el dijo su nombre, se le prendió el espanto, se le apagaron los lentes, se le incendiaron los ojos, se le subieron los parpados, se destilaron sus oídos, y pasó un tren enorme de silen cio infinito, que la dejó en una estaciòn sin guarda ni chancho ni vías.
Clara oyó, su nombre.
Dicho por ese hombre.
Y se quedó muda.
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