Al tercer día, justo antes de acostarse, Ernesto Lopez (un pibe divino de cinco años y medio entonces) escuchaba la radio con sus papas en living de la casita en una esquina del barrio de Flores. Al tercer día luegod el accidente, a Ernesto ya no le dolían las manos. Por suerte, para el, pudo quedarse con su papá, claudio a escuchar la audición.
Cuando Ernesto tuvo cerca de treinta, y por trabajo visitó esa casa. Ya fallecidos sus padres, hijo único. Abrió laperta, encenció la bombilla de luz, y la radio permanecia en el mueble de madera que su abuelo, ebanista había hecho, con sus propias manos.
Acaricio el mueble como quitandole un polvillo imaginario, y vio que su mano, con un dolor antiguo, perdía esas arrugas, y cobraba dimensiones irrisorias con respecto a su brazo, e incluso en cuanto a la radio, que casi por una reacción magnética, atrajo la maho hasta la perilla de encencido, grande y robusta y una luz ilumnó el recinto, ambar antigua. Y una sonido lego alos oídos. Ernesto volvio a escuchar, casi sin creerseló, la audición de tarzán.
Lopez cerró la puerta, dejó su infancia y no volvió mas a la casa de la vieja.
Las manos de Lopez, algunos dìas, cuando el recuerdo lo lleva a esa casa, se vuelven manos de niño, que duelen cuando crecen.