miércoles, agosto 01, 2012

Hábitat

Los que pasaron alguna vez por detrás del silencio, saben como hablarle. Está claro que no usan palabras para ellos, sólo se atreven a hacerle uno o dos gestos, una o dos muecas y esperan. A veces mucho, a veces menos. Se sientan y esperan. A veces años a veces segundos. Si se cansan de esperar, ellos no se paran, una vez que se sentaron nunca se paran. Se quedan sentados, se atan los cordones de los zapatos, ellos. O se peinan el pelo largo ellas. Se arreglan la camisa ellos. Se pintan los labios, ellas. Lo que parecía un lugar inhóspito, un banco solitario de una plaza desconocida, se transforma con la espera, en una habitación enorme, en una casa. Se acostumbran a guiñar un ojo ellos, y a cruzarse de piernas ellas. Hasta que la espera se termina, porque el silencio se rompe  cuando recuperan las palabras. Intercambian una mirada, ella con las piernas cruzadas y la boca roja y el pelo peinado. Él con los cordones atados y la camisa prolija. Todo comienza al olvidarse que llegaron allí para hablar con el silencio.Hábito que tendrán que aprender, cuando esa plaza sea un mar de palabras ajenas.

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