Devino ladrón. Por costumbre, necesidad, urgencia, hambre mishiadura o lo que sea. Ahora lo buscan. No lo encuentran. No lo van a encontrar. Quedará en la historia para siempre. Usa la noche de madriguera, ni el día lo encuentra. Usa el enigma de escudo y la remington como escafandra. Le tiene miedo al silencio y le sufre a la soledad. Se enponcha cual gaucho reo, la jeta ajada del ida y vuelta. Sospecha del macaneo, apronta un mate y se va de vuelta. A dar las vueltas de pastizales, a rebencazos de madres fieras. Matrero madre, milonga muerta, ni una guitarra lo encuentra ni una postal de su muerte; cuando ande cerca de verte, llorarás sin darte cuenta.
El ocaso lo alucina jinete de cabezas heroicas. Al run run, al chamuyo, al chisme le juega partidas de truco como diablo con tres colas. Ganado o perdido, ladron de vacas flacas patron de vacas gordas. Pasta la mula herida y transida entre el alambre y el yugo. Rompe en pedazos los dientes rechina y relincha, cabalga obediente.
Del mito a la costumbre como una estampida. Del vino a la estampita como un santo por la espalda. Santo para muchos, diablo para pocos.
Aquel cuatrero tuvo nombre.
Nadie lo sabe.
Muchos prefieren mitificar al diablo antes que personificar al santo.
La leyenda del primer cuatrero escupe sangre a lo pavote.
Sangre de él, no de Cristo. Vino rico de pobre.
De la costumbre al personaje. Un tranco.
En ese tranco, él.